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El 10 de febrero de este año se cumplió el 250 aniversario del tratado de París, en el que Francia, después de permanecer siete años en Menorca tras su conquista por el teniente general duque de Richelieu, la devolvió a la Gran Bretaña. Este hecho histórico y el propio tratado, deben circunscribirse en el contexto de lo que denominaremos "sistema de Utrecht".

Los sistemas de relaciones internacionales durante la Edad Moderna

Durante la Edad Moderna, desde que, durante el Renacimiento, los antiguos reinos feudales se convirtieron en monarquías territoriales con un espacio unificado y fronteras en sus límites, comenzó también el ejercicio de la diplomacia entre las potencias europeas de entonces, iniciada en principio por el Papado, cuyo nuncio en cualquier país actual es, precisamente por eso, el decano del cuerpo diplomático.

Este hecho supuso el comienzo de lo que en la actualidad se llaman "relaciones internacionales", caracterizadas desde el siglo XVI por lo que conocemos como "sistemas".

Un sistema de relaciones internacionales es aquel en el que una nación después de vencer en una guerra "daba la ley a Europa" como se decía entonces, es decir, se erigía en potencia dominante. La primera en convertirse en tal fue la España de los Austrias Mayores (Carlos V y Felipe II), aunque desde 1648, año en que se firmó la paz de Westfalia que acabó con la Guerra de los Treinta Años y con el predominio español en Europa, comienza el denominado "sistema de Westfalia" en el que la potencia dominante será Francia.

Luego en 1713, tras la Guerra de Sucesión al trono español (que pasó luego a ser una contienda internacional), nace "el sistema de Utrecht" en el que se produce un cambio sustancial de modelo: del concepto de potencia predominante se pasa al de "equilibrio entre potencias" cuya característica fundamental respondía a la fórmula "España + Francia = Gran Bretaña".

El tratado de Utrecht, como todos los tratados, tuvo sus defectos y de estos surgieron las guerras del XVIII, guerras territoriales por ambiciones de los príncipes, no ideológicas como las de religión del siglo anterior o las ocurridas durante la Revolución Francesa.

En cualquier caso y aún a pesar de la convulsión que produjo el levantamiento de 1789 y la posterior irrupción en escena de Napoleón, el sistema de Utrecht, con su característica de equilibrio inestable, continuó funcionando hasta la derrota del Gran Corso y el posterior congreso de Viena en 1815, momento en el que entramos en un nuevo modelo de relaciones internacionales: "el sistema de Viena" que caracterizó la política europea durante gran parte del siglo XIX.

Menorca en el contexto del sistema de Utrecht

Todos los conflictos derivados del sistema de Utrecht, entre los que se encuentran las sucesivas conquistas y reconquistas de Menorca, tuvieron un elemento común: las negociaciones de paz comenzaban al mismo tiempo que las guerras y sobre el tapete, como si de un tablero de ajedrez se tratase, se iban colocando victorias y derrotas; adquisiciones territoriales de los contendientes (principalmente derivadas de la conquista de plazas fuertes) como objeto de trueque. "Yo te doy esto y tú me das lo otro a cambio". La situación en la mesa de negociación iba cambiando a medida que la contienda avanzaba y los cambalaches también. Al fin, en el caso que nos ocupa, la paz de París, Menorca fue devuelta a Gran Bretaña, mientras Francia y España obtenían otras plazas, fundamentalmente en América.

Pasaron los años y el rey Carlos III y su ministro Floridablanca no tuvieron tanta suerte en la paz de Versalles de 1783, cuando conquistada Menorca por las tropas del duque de Crillon, intentaron devolvérsela a Inglaterra a cambio de Gibraltar, verdadera pieza codiciada por el ministro carlotercista.

De ahí la prisa en volar el fuerte de San Felipe. Se trataba de devolver la isla "devaluada" por si los ingleses la hubieran aceptado. Pero los británicos no tragaron y nos tuvimos que quedar con el muerto (me refiero a San Felipe).

Por cierto Gibraltar, para los que no lo sepan, continúa en manos de la Gran Bretaña, cuestión esta que, a mí al menos, me da lo mismo. Lo de "el puñal clavado que todos los españoles llevamos en el corazón desde la pérdida del Peñón" no va conmigo, aunque cada cual tiene el derecho a pensar lo que quiera. ¡Faltaría más!