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La frase de René Descartes nos inspiró un divertido número cómico en una gala del instituto Josep Maria Quadrado, a mediados de los 80. Salió un alumno disfrazado de burro. Se miraba al público con interés. Se dirigía al establo, abría la boca para alimentarse y mientras masticaba exclamaba: "Pienso, luego existo". La comida es lo primero. Es lo que dice la sabiduría popular: "con las cosas de comer no se juega". Por eso no bastan 20 diputados en Balears, necesitamos 59; ni 50 congresistas en Madrid, hay 350; ni cero senadores, hay asientos para 208.

No pretendo cuestionar el sistema, sino crear alguna duda. Ayer, por ejemplo, Pere Navarro, el líder del PSC, ordenó a sus diputados en Madrid que apoyaran la propuesta de resolución sobre la consulta soberanista en Catalunya. Carme Chacón se despistó para no votar.

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Lo que me sorprende es que era la primera vez en la historia que el PSC vota en el Congreso algo distinto de sus compañeros del PSOE. ¡Cuánta fidelidad a la comida! Si hubiera 350 diputados con formación y criterio, elegidos a dedo por los ciudadanos (es decir votando al hombre o la mujer y no a unas siglas), y tuvieran libertad de voto en todos los temas, el sistema ganaría en credibilidad. Así las mayorías absolutas serían siempre relativas. Habría que imponer el diálogo por contrato.

Algunos dirán que sin disciplina de partido se provoca el caos, la dispersión, el colapso de la capacidad legislativa. Quizás la falta de práctica de la libertad de voto pueda ser un riesgo, pero estoy convencido que valdría la pena.

Siempre hay una alternativa, más barata. En lugar de 350 diputados, que se elijan 50, porque para votar lo mismo no hacen falta tantos dedos. Pero claro, hay que dar de comer a toda la familia.