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Hace, aproximadamente, tres décadas, se abrió en este país una ventana que llevaba cerrada, salvo puntuales excepciones, siempre. A través de ella, incrédulos –y todavía recelosos- mirabais. Había horizonte. Y luz… Tú –lo recuerdas perfectamente- te acostaste cierta noche, pensando en ella, con tu primera papeleta de voto cuidadosamente preparada junto a la mesilla de noche; esa mesilla heredada que usaron gentes que jamás pudieron hacer lo que tú… En su interior yacía un "sí". La ventana, ahora, es otra… Y ya no se divisa ni ese horizonte al que os entregasteis con pasión, ni esa luz a la que teníais derecho… El exterior únicamente desprende hedor, mientras Lluís Llach entona, una vez más, el más hiriente de los cantos fúnebres: "No és això, companys, no és això/ pel que varen morir tantes flors".

Si mirarais ahora por ella (casi todos, heridos, lo hacéis) contemplaríais una enorme ilusión política, colectiva soterrada bajo lodazales de indignidad. Una enumeración interminable de sangrantes crímenes e imperdonables pecados de omisión describirían, con enorme facilidad, el páramo en el que habitáis y las arenas movedizas en las que os movéis… Poca gente, pues, se acerca a ese mirador, porque la ignorancia es –ha sido- placentera. Por ende hay otras ventanas, de distintos colores políticos, que las diversas clases dirigentes os han ido introduciendo, con la sutileza de los "tempos" y de la gradación, sutilmente, en vuestras casas. A esas (básicamente cadenas de televisión) sí podéis aproximaros. Pero no a Ella. A fin de cuentas, el mundo ha entrado y no hay, por tanto, por qué buscarlo fuera… Pocos saben, sin embargo, que es "su" mundo, pero no el mundo… Por ello te divierte tanto la burda mentira iterada de que, en aras a la austeridad, se cerrarán televisiones autonómicas…

Desde el sofá cambias frecuente y compulsivamente de canal, desde la conciencia plena de que la única ventana que cuenta es aquella por la que miró, hace ya más de tres décadas, sí, un adolescente que iba a votar en un referéndum sobre una constitución… No puedes modificar el paisaje real, tan solo refugiarte en esos otros que te llegan desde tu caja tonta, pero para, con el arma inane de tu mando, vengarte de quienes los diseñan.
Así, acallas sus mentiras enmudeciéndolos con el "volumen" o eliminándolos con un casi instintivo cambio de cadena. En ocasiones, suples venganza por ironía o por sarcasmo y te recreas, divertido, en palabras surrealistas de "indemnizaciones en diferido", preguntándote que harían alumnos de bachillerato si tuvieran que comentar ese texto en las pruebas de Selectividad o…

Pero el hedor, sin embargo, aumenta…

Por eso, en tarde de domingo, te izas del sofá en busca de ese horizonte y de esa luz que perdiste, que perdió ese muchacho con su "sí" celosamente preparado, que perdió toda una generación… Necesitas aire… Mientras, en tu televisor, un periodista pregunta: "¿A quién preferiría como nuevo Papa?". Y tú, instintivamente, contestas: "A Kiril Lakota, cardenal ucraniano", ese extraordinario pontífice que encarnara Anthony Quinn en "Las sandalias del pescador".

Gracias a tu DVD, único canal personalizado en el que no anida clase dirigente alguna, ventana del consuelo, recobras las palabras finales de un preso metido a Papa, en el momento de su pública "entronización". Y esas palabras del Sumo Pontífice en el film de Michael Anderson, huelen a bálsamo y te devuelven el anhelo de utopía que creíste muerto, y, en otro orden de cosas, esas sensaciones que experimentaste cuando, adolescente, con tu "sí" a cuestas, oteabas, desde la ventana, horizonte y luz: "Jesucristo, nuestro Señor, cuyo vicario soy, fue coronado de espinas. Yo estoy descubierto ante vosotros porque soy vuestro siervo. Vivimos una tremenda crisis. Crisis ineludible. No puedo cambiar el mundo ni borrar lo que escribió la Historia. Solo puedo cambiarme a mí mismo. Y empezar con el auxilio divino a escribir un nuevo capítulo. Soy el custodio de los bienes espirituales y materiales de la Iglesia. En nombre del Espíritu enajeno todo el oro y piedras preciosas de los relicarios y en primer lugar los que adornan mi tiara para aliviar a nuestros hermanos hambrientos. Y si, en virtud de esta hipoteca, la Iglesia tiene que pordiosear como los mendigos, sea en buena hora. Yo no desmentiré esa hipoteca y por ningún concepto la reduciré. Y ahora invito a los magnates del mundo y a todos los acomodados a compartir su abundancia con aquellos que nada poseen".