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El "soufflé" es un postre excelente. En la zona de Mahón siempre ha sido famoso el que ha venido sirviendo durante años el Restaurante España de la antigua Georgetown. En aquel local familiar, cariñosa y popularmente conocido en su día como "Ca Na Mamots" por razones que fueron obvias, siempre fue habitual ordenar el siguiente menú: un "coktail" de gambas, unos mejillones al vapor o a la marinera, un lenguado "menière" y cerrando el ágape, siempre, el citado "soufflé". Ese era el menú oficial de muchos comensales que durante años han venido peregrinando al local villacarlino que, recordemos, mantuvo en su día una sana competencia gastronómica con los maravillosos canalones que servía el Sr. Quintana de la Pensión Central de "S' Arravaleta de Mahó".

El "soufflé" es un batido de claras de huevos a punto de nieve que se cocina al horno. El nombre proviene del verbo francés "souffler" que significa soplar o inflar. Efectivamente, es un plato que, al calentarse, se hincha. Pero también se "deshincha" y decae al cabo de poco tiempo.

En política también existen los "soufflés". Se cuecen cuando unos asuntos determinados se hinchan de pronto de forma desorbitada en aras a conseguir fines inmediatos. En su máximo punto de cocción los "soufflés" políticos "sulfuran" (en feliz expresión menorquina ¿cómo se dirá en catalán?) a la gente. Actualmente, aquí en la isla, está de moda el "soufflé" de lodos. "Everybody" se cree capacitado para opinar y "sulfurarse" tengan o no la información necesaria para hacerlo.

Pero en España el "soufflé" realmente importante, el "soufflé" fetén, es el que se ha cocinado en Cataluña: el "soufflé" independentista. Cocido a conveniencia y sacado del horno en el momento justo tenía, recién cocinado, un aspecto tostado impecable. ¡Obra de un gran cocinero! ¡Qué apetitoso! Pero buena parte del "soufflé" es simple pantalla, pura irrealidad. En el fondo ese plato es una fantasmada ya que pronto deja de ser lo que aparenta. Es lo que ha pasado con el "soufflé" catalán: ya está en vías de decaimiento.

Una vez más la realidad deshincha la ficción: Cataluña no puede dejar de ser española porque pende económicamente del resto del país y forma parte de su misma esencia. Los vínculos familiares, históricos, comerciales, sentimentales, económicos, los intereses y la dependencia común….son tantos que no es posible la separación por mucho que algunos la pretendieran. Así lo han certificado los empresarios (una vez escribí que solo Fainé (La Caixa) podía decretar la independencia) y todos los que no militan en ese club de creyentes en que se ha convertido la Taifa catalana, la antigua Marca Hispánica. La querida Cataluña es hoy una región quebrada por unos fenicios peseteros que, envueltos en la bandera de todos, la han arruinado dilapidando lo que no está escrito (en propaganda mediática han invertido más de 3.000 millones de euros -¡500.000 millones de pesetas!- comprando voluntades e intoxicando al pueblo con un dinero que hubiera debido servir para evitar el cierre de hospitales). Catalunya, hoy más que nunca, depende del resto de España. La situación se ha agravado con los juegos de espías a lo James Bond, con los secretos de alcobas, con los latrocinios a go-go, con la sede de CiU embargada para responder por robo de fondos públicos y con políticos (¡fins i tot l'Hereu!) imputados por delinquir. A la hora de escribir este artículo son cuatro ya los diputados catalanes imputados ¡Y todavía ninguno ha dimitido! (Lo que más me deprime es que esa cifra pronto quedará superada y me envejecerá prematuramente este artículo).
Ya sabemos, lo experimentamos los hombres y lo ven las mujeres, que todo lo que sube, baja. Bueno pues, el "soufflé" catalán ya está de capa caída. Es una buena noticia para los cientos de miles de catalanes sensatos, trabajadores y honrados que no han sucumbido al canto de sirenas de unos políticos radicales y descerebrados. Hoy Martes de Pasión debemos estar agradecidos. "Deo gratias".

Nota: Mahón volverá a ser Mahón. ICM ya habrá conseguido la mitad de su reivindicación. Ahora a por el resto.