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Para intentar centrar el escurridizo concepto que define a la "gente con clase", a menudo resulta bastante más cómodo acudir a la socorrida fórmula del contraste, esto es, decantarlo del más nutrido y llamativo conjunto de tipos con "poca clase". Estos últimos suelen dar el cante de manera casi profesional, de manera que flotan y quedan señalados en la escena como las luciérnagas en la noche.

Por ejemplo, Floriano no tiene clase. Puedo hacer esta tajante afirmación tras presenciar (tiempo ha) a través de la pantalla del televisor, y sin haber tomado previamente ninguna sustancia estupefaciente, su patética respuesta a un cuestionario simple en el que se acogía a la fórmula previamente asimilada como consigna (un tanto básica, por cierto) exigida desde su partido para los supuestos en que se le interrogara sobre el contrato de Bárcenas. La poco creativa instrucción consistía en declarar (en falso, obviamente) que ese tema ya estaba suficientemente contestado. Como intuimos que Floriano en principio no es un enfermo mental o un cretino severo, hemos de concluir que decidió echar balones fuera, aún a sabiendas de que todos los que le escuchábamos, a excepción hecha de algún fanático despistado, comprenderíamos que se trataba de un burdo escaqueo en toda regla. Esto es, podríamos decir que Floriano en esta ocasión (sin ser la única) estuvo comiendo mierda en público, ergo Floriano no tiene ni pizca de clase. (Los comportamientos escatológicos exhibidos públicamente -hay quien opina que incluso en privado- son incompatibles con la "clase")

Por idénticas razones, pero esta vez analizando un inolvidable patinazo de magnitud nueve en la escala de Richter, podemos descartar la atribución de la condición de "persona con clase" a madame Cospe. La caca ingerida públicamente con ocasión de su ya mítica explicación dadaísta del contrato del patillas, tenía unos parámetros tales que la convertían en inasumible para cualquier estómago, incluido el poco escrupuloso y potente aparato digestivo de los carroñeros.

Otro tanto podríamos decir del patrón de ambos. De tan rumboso prócer, especializado en prácticas dontancredistas, parten continuamente directrices que obligan a sus subalternos a maltorear a la prensa mientras ingieren pública y penosamente excrementos de toda clase.

Y ¿qué afirmar del jefe de los descamisados? Cualquier cosa menos sugerir que manifestaba clase cuando se escurría por los pasillos del Congreso a galope tendido y el rabo entre las piernas mientras trataba de evitar las preguntas de los periodistas sobre la recepción no ya de collejas sino de descaradas bofetadas facturadas desde Andalucía, Galicia Cataluña y Ponferrada.

Me pregunto si tan difícil es intentar mantener la dignidad (concepto más importante, aunque compatible, que la clase) como a mi parecer hacen Núñez Feijó, Fernández Vara, José Ramón Bauzá , Miguel Ángel Revilla, Tomás Gómez, Joan Herrera y algún otro que ahora no me viene a la cabeza, cuando (sin que coincidan conmigo en casi nada) al menos no se limitan a repetir consignas; cuando hacen uso de su propio criterio e inteligencia, cuando no muestran la adicción a comulgar con ruedas de molino de gangaria de que hacen gala la inmensa mayoría de sus colegas.

Evitaré evaluar en la asignatura que nos ocupa al rebaño que aplaude desde las bancadas en el hemiciclo y la cámara inútil.
Moraleja: Aunque la "clase" de nuestros políticos hace tiempo que no forma parte ya de nuestras expectativas como beneficiarios de sus atenciones, toda vez que nos hemos visto en la necesidad de bajar el listón en el casting y actualmente aspiramos solamente a que no se nos eternicen en sus cargos, sostengo y manifiesto solemnemente que los jefes y los lameculos que dedican sus energías a negar lo obvio carecen de "clase" tanto como Pipi Calzas Largas (que sí la tenía) carecía de freno.