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Dividir ha pasado de ser una estrategia militar a un deporte muy extendido en todos los ámbitos. Si en el campo de batalla de los libros de historia se perseguía la victoria, hoy se pretende el interés egoísta personal o de pequeños colectivos. Se arrima el hombro para sostener el techo propio mientras poco importa que se hundan todos alrededor. Y a pesar de la tozudez de la crisis, pocos cambian la actitud y piensan de verdad en ceder en sus intereses y protagonismo para unir algo de lo mucho que compartimos y que todavía parece que al ser de todos no es de nadie.

Aquí no es una excepción. Casi todo el mundo comparte ideas para aliviar el drama de los desahucios, pero muchos prefieren la protesta y otros la comodidad de la falta de compromiso. Todos dicen que el turismo es el único motor que tiene gasolina para dejar atrás la recesión y muy pocos se animan a compartir acciones, a sumar esfuerzos a renunciar a las 'pequeñitas' parcelas de poder. Los sindicatos dicen que defienden a los trabajadores pero animan el conflicto laboral, les va la marcha, sin preocuparse de los puestos de trabajo, mientras cobran por cada trabajador despedido y, presuntamente, de los ERE falsos de Andalucía. En transporte aéreo, cuesta tanto superar la fase reivindicativa, que los cansados llenan las listas de firmas. Y los partidos políticos, el paradigma del círculo cerrado, no son capaces de dar un paso para la cooperación, ni en algo tan importante como la forma de animar la economía.

Como los 'mosqueteros': cada uno a lo suyo y casi nadie en lo de todos. Al final, el pensamiento sectario persigue la victoria y a veces la consigue, por pírrica que sea. Les pasa como a 'l'amo en Xec'. El lema de Menorca: "S'operació ha anat bé, però madona és morta".