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Es triste que nuestro idioma se haya convertido en un arma arrojadiza por intereses alejados de la cultura y de la sociedad. ¿Quién no está de acuerdo en que se conserven y se alienten la riqueza de vocabulario y la variedad expresiva de la forma de hablar de los menorquines? Nadie discrepa de algo tan básico. Si en las aulas se excluyeran las palabras propias sería un error. Es evidente que han de aceptarse no solo en el habla sino en la escritura, como también lo es que a la hora de escribir se apliquen las normas ortográficas del idioma catalán, con toda la riqueza semántica de cada modalidad local. Se ha de escribir "la garnera", sabiendo que es lo mismo que "l'escombra" . En el idioma, como en tantas cosas, la diversidad es un valor que enriquece y que vale la pena proteger. No es patrimonio de nadie. Sería conveniente extraer del debate político cuestiones que están resueltas por los filólogos. En este caso, no se trata de votar un topónimo, en el que la opinión de los ciudadanos merece ser atendida, sino de aplicar unos criterios comunes en todos los idiomas, para compartir las normas de escritura y potenciar la riqueza semántica de cada lugar. No convendría que en las aulas, en lugar de aprender el idioma se dediquen a participar en la polémica.