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Que tener un título universitario no es garantía de obtener el trabajo de tu vida no es algo que a estas alturas me sorprenda. Ya cuando frecuentaba las aulas a algunas facultades se las denominaba fábricas de parados, para disgusto de aquellos que, con ilusión, esperábamos ejercer la carrera elegida. Algo que -también hay que decir-, con tesón, sin desfallecer ante la montaña de curriculums que quedaba sin respuesta y sin temor a la movilidad geográfica, lograron la mayoría de mis compañeros de promoción. Así que los jóvenes licenciados que hoy se enfrentan a la búsqueda de empleo lo tienen difícil, pero abrirse paso nunca ha sido coser y cantar. Hace años que se intenta fomentar la elección de la Formación Profesional como salida de futuro, pero pese a contar con cursos atractivos y una demanda laboral más concreta, las familias, cuando sus hijos dudan, siguen pensando que darles lo mejor es ofrecerles la opción de cursar estudios superiores.

La idea es que ese bagaje formativo y cultural nunca estará de más, aquella frase favorita de nuestros mayores, "el saber no ocupa lugar". Lo triste es darse cuenta después de años de estudio de que sí ocupa, y de que las empresas no solo no valoran esas titulaciones, sino que al parecer las temen, y se hace imprescindible rebajar el nivel académico en la carta de presentación para obtener un trabajo que no se corresponde con la carrera realizada. Ahora resulta que la sobreformación no te permite ganarte la vida. Qué estimulante.