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Últimamente, todo el mundo mira alguna pantalla. Dime qué miras y te diré quien eres. Si antes la gente se ensimismaba con libros o cuadros, que le ayudaban a enmarcar la realidad, darle un sentido y fijar la mirada sobre historias o temas concretos; hoy se ensimisma frente a una pantalla, que no es mala en si misma, pero que presenta algunos riesgos que tampoco sería inteligente despreciar.

¿Quién hay detrás de cada pantalla? ¿Se lo han preguntado alguna vez? Son los nuevos amos sin rostro que a través de esas ventanas (o Windows) dan muestras de un poder apabullante. Es el gran hermano o "Google Brother". No siempre está claro si podemos confiar en lo que llega o recibimos a través de la red. Cadenas de mensajes que tememos romper, identidades falsas, informaciones tendenciosas, delincuencia cibernética, virus puñeteros…Navegamos en un mar de bits y vemos el mundo a través de múltiples recuadros fosforescentes. Hay pantallas grandes o pequeñas, planas o con sobrepeso, portátiles o estáticas…teléfonos móviles, ordenadores, tabletas, aparatos de televisión, salas de cine…quien consiga controlar el tinglado audiovisual, puede controlar el mundo. Y si la información es poder, tener información privilegiada es un chollo…

Los mensajes no son neutrales. Así que tengamos cuidado, que viene el "lobbie", con sus poderosos medios e influencia, para sobornar sin pudor a los incautos políticos de turno. Grupos de intereses y de presión, de todo tipo, que pretenden manejarnos como si fuéramos títeres sin cabeza. La publicidad se ha adueñado de los medios, y busca llegar a todos y a todas, para vender así sus productos. Los datos de la gente son un filón por explotar. Con ellos, las grandes compañías obtienen pingües beneficios. Llaman a cualquier hora, desde cualquier lugar, con cualquier oferta. Solo eres un número, una dirección, un correo que alguien ha conseguido, sin que sepas muy bien como, para sus lucrativos fines comerciales.

El derecho a la intimidad se ve asediado por todas partes. Nos hemos vuelto más transparentes que la declaración de la renta de un diputado.
El cine nos sienta frente a una pantalla gigante, para sumergirnos en historias con carga ideológica encriptada. Cuesta rebelarse, porque es mucho más cómodo dejarse llevar. Un mecanismo psicológico que explicaría las numerosas muestras de conformismo y sumisión, de ahora y de siempre, que nos mantienen unidos al rebaño. Hasta podemos perder el partido por alienación indebida.

La televisión, cuando se estropeaba, nos dejaba frente a la carta de ajuste con el escueto mensaje: "permanezcan atentos a la pantalla". ¿Se acuerdan? Pues así nos hemos quedado todos: atentos a la pantalla.

Que tanta pantallita no nos seque el cerebro, como dícese que hicieron los libros de caballería con Don Quijote. Es preciso distinguir el buen uso del abuso, porque tanto instrumento que creemos a nuestro servicio, puede acabar por moldearnos a su conveniencia y antojo. Quedaríamos completamente indefensos y a su merced. Y perderíamos aun más de vista, al prójimo que tenemos delante.