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Para mí, y quizá para otras personas también, Carlos Mascaró ha sido un develamiento reciente. Con franqueza y con cierto rubor –en tardo consuelo– así se lo confesé. Mi descubrimiento del autor y de su obra sobrevino con motivo de su estrenada adaptación de "San Mateo y el ángel", que se contempla en la iglesia de San Martín. La tela original de Caravaggio atesorada en Roma, y que el menorquín en fase preparatoria estudió in situ, la desgranó a conciencia en un cuaderno de apuntes que, por meticulosidad y concreción, derivó en otra obra de arte. Fue la segunda versión del pintor milanés, la creación más "amable" de la pintura. En la primera, rechazada por eclesiásticos a caballo del año 1600, las posturas del evangelista y del ángel se habían considerado inconvenientes…

Esta mínima relación de acontecimientos referida al místico lienzo, primero, con su expuesto rechazo; después , con el consentimiento de la definitiva adaptación y posteriormente, con la destrucción en Berlín –durante la Segunda Guerra Mundial– del primer diseño (juzgado indecoroso, como quedó dicho) , probó a narrarse en un comedido escrito local, que llegó a conocimiento del pintor de Ferreries. Luego quiso él conocer, en un gesto amable, a quien, a su manera, se había interesado por esa reproducción (y su concernido relato), porque, además de ser su exégesis, era valorada implícitamente su encomiada labor.

Y al cabo de unos días se tantearon…y conversaron largamente en el estudio del pintor que, con imágenes sacras y detalles seculares, tiene un aire de eternidad y de acogimiento. Y alberga su sello propio de bellos interiores y con bodegones que destilan el diáfano afecto del autor por Menorca. Y sin distancias mana en su hogar, se muestra limpiamente, la idiosincrasia de Carlos, que para nada desmerece de su faceta artística, o acaso, la complementa en elevado grado que aumenta la admiración por la persona. Mascaró se confiesa autodidacta; cuida el detalle con el rigor del perfeccionista, que guarda conocimientos en pequeños frascos, que son pigmentos como los utilizados en el s.XVII. Y se autoexige a diario con horario de cartujo; es su reto y su deleite. Y es desprendidamente humano; combina rectitudes que, como la indulgencia y la esperanza, son virtudes que él moldeó en muros nublados, que son ahora procurados horizontes de libertad…

Se siente devoto de un pintor del alma, no lo oculta; lo exhibe en los diversos detalles que adornan su casa, en la que respira (y se respira) a Vermeer, que es su guía… Y otra vez, en fallo propio, debo reconocerle que oí hablar del holandés, leí por primera vez la majestad del pincel superior del neerlandés, hace poco tiempo, ojeando casualmente… "En busca del tiempo perdido". Novela en la cual, con diseminados párrafos desconcertantes, vierte Proust su admiración por el pintor del silencio, de la luz y del alma, como así es reconocido y reconocen los eruditos a Johannes Vermeer. Y en un tropel de diálogos diversos, hablamos de la música ambiental que le acompaña (espiritual, tal vez…), de libros y de escritores (Carlos "devora" más que lee…) y de la "genialidad" del artista que nace de la innata vocación, que alguien arrima a carisma…, que no puede compararse, excepto en la voluntad, con la brega aún apasionada del aficionado. Es evidente. El aficionado que ha distraído con un cúmulo de palabras su folio en blanco, no consigue expresar lo que un maestro alcanza y define con muchas menos…

"Un cuadro cualquiera de Carlos Mascaró, ante cualquier sensibilidad, emana serenidad y descanso. Produce ganas de sentarse ante él como ante una ventana, y contemplarlo minuciosamente. Con la misma minuciosidad que él fue pintado. Con la misma serenidad con la que fue hecho él y que transmite. Y luego, respetarlo. Y luego, amarlo… En muy pocas ocasiones puede decirse, sin mentir, un elogio como éste." Son exactas palabras (sesenta y cinco…) de un maestro irrefutable del lenguaje, que le distingue y que además comparte su amistad: Antonio Gala.