Cuando lo desahuciaron de su casa, Pedro Alcántara no sabía –no llegaría a saber nunca– que aquel talón bancario de dos millones de euros era moralmente suyo…
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Alcántara llegó, envejecido, al chalé del pintor. Su vieja furgoneta de reparaciones se quejó con aquellos ruidos crónicos, que no eran sino súplica de jubilación. Antes de entrar, acobardado por la suntuosidad de la finca y el prestigio de su cliente, releyó el parte de su nueva chapuza. Era relativamente fácil: arreglar un grifo que goteaba… Tras los prolegómenos con la asistenta, subió los dos pisos que le separaban de la buhardilla. La estancia no presentaba –pensó– los elementos típicos de un estudio pictórico. Aséptica, limpia, ordenada, la habitación estaba práctica e inexplicablemente vacía. Sólo en el centro aguardaban tres grandes cajas que –como supo luego por uno de los criados– almacenaban las últimas obras del artista. "Está en Nueva York" –le confesó al oído el empleado–. Mañana vendrán a por ellas, a por las cajas, los de la galería, la que monta su nueva exposición."
¡Uf!
El desahucio
02/07/13 0:00
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