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Cuando lo desahuciaron de su casa, Pedro Alcántara no sabía –no llegaría a saber nunca– que aquel talón bancario de dos millones de euros era moralmente suyo…
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Alcántara llegó, envejecido, al chalé del pintor. Su vieja furgoneta de reparaciones se quejó con aquellos ruidos crónicos, que no eran sino súplica de jubilación. Antes de entrar, acobardado por la suntuosidad de la finca y el prestigio de su cliente, releyó el parte de su nueva chapuza. Era relativamente fácil: arreglar un grifo que goteaba… Tras los prolegómenos con la asistenta, subió los dos pisos que le separaban de la buhardilla. La estancia no presentaba –pensó– los elementos típicos de un estudio pictórico. Aséptica, limpia, ordenada, la habitación estaba práctica e inexplicablemente vacía. Sólo en el centro aguardaban tres grandes cajas que –como supo luego por uno de los criados– almacenaban las últimas obras del artista. "Está en Nueva York" –le confesó al oído el empleado–. Mañana vendrán a por ellas, a por las cajas, los de la galería, la que monta su nueva exposición."

Alcántara pensó que únicamente con una de esas piezas, cuidadosa y decorosamente embaladas, podría probablemente saldar cuentas con el banco, pagar la endodoncia de su hija y cambiar de camioneta… Aunque, a la suya, le tenía cariño… ¡Eran muchos años ya! Arregló el grifo. Y luego dejó que su vista se paseara por el vacío de la buhardilla. Amén de los embalajes, una tela aún virgen, preparada para futuras ensoñaciones, permanecía apoyada en la pared junto a un pote de pintura negro semi abierto. Alcántara, patoso, tropezó con él. De su interior emergió una gota juguetona que pringó tímidamente la tela…

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La sala de exposiciones retiró del estudio las tres cajas preparadas y, también, ante la duda, aquel lienzo extraño en el que únicamente figuraba una pequeña mancha negra. El director de la galería, al verlo, se percató, con desagrado, de que no llevaba firma, pero se consoló al pensar que el estilo del gran pintor, ahora en Nueva York, era, después de todo, inconfundible…

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La crítica se entusiasmó con la producción última del artista. Y de manera particular con aquella extraña pieza: un enorme lienzo en el que solo figuraba, en su ángulo inferior derecho, una pequeña mancha negra. A falta de título, la bautizaron "Soledad", al expresar –según "El Mundo"– "de manera enormemente aterradora y minimalista la soledad del hombre ante un universo que le es ajeno y en el que se siente extraño, marginado, tal y como le ocurre igualmente a esa mancha solitaria y oscura en un cosmos blanco". Cuando el pintor regresó de Nueva York no logró comprender cómo había ido a parar a la galería aquella tela recién comprada, ni el porqué de su mancha negra...¡Dos millones de euros! Y, tras unos minutos de creativa reflexión, optó por callar…

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Pedro Alcántara fue desahuciado de su piso un frío dos de abril, a las 20.32 horas. El dos de abril –el mismo dos de abril– a las 20.32, la galería de arte abría sus puertas… Diez minutos más tarde un coleccionista firmaba un generoso talón por "Soledad." Cuentan que Alcántara no pudo pagar la endodoncia de su hija. Y que una entidad bancaria no sabe, todavía hoy, qué carajo hacer con una vieja furgoneta…