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Acaba Julio para dar la bienvenida a ese Agosto al que solemos bautizar como vacacional. Las vacaciones que suelen ser el merecido descanso para quien han currado sin pausa, se ve últimamente trastocado por quienes han carecido de esa opción y no por voluntad propia sino obligados por las graves circunstancias económicas que se atraviesa. Pero a pesar de todo salimos o por lo menos las estadísticas así lo dicen, en cuanto a movimiento de vehículos en carretera. Lo único que ha variado es la duración. Adiós a esos 20 días, con una semana va que chuta, dicen muchos. Cambiamos los desplazamientos a tierras exóticas por el pueblo de los abuelos, los monumentos de primer orden por los graneros y las visitas a los zoos para contemplar majestuosas fieras, por las gallinas del corral de la Paca. Y mientas vamos hacia el pueblo, después de haber convencido a la prole que iban a ver lo nunca visto y que en lugar de hamburguesas con patatas y juguetito sorpresa, van a zamparse huevos fritos, tortillas, chorizo y leche recién ordeñada, que en lugar de rebozarse en las arenas blancas de sofisticadas playas, se van a dar de bruces con cantos rodados en cercanos riachuelos, mientras estamos en estas, cruzamos los dedos para que la materia gris de los chavalines sea capaz de asimilarlo, que responda positivamente y que el milagro se haga, el milagro de agradecer haber podido cambiar lo masificado por lo selecto. Ya saben, más vale poco y bueno que mucho y malo. Tengo un grano de arena en el ojo que me molesta un montón.