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Uno de los efectos más claros de la llamada crisis es el aumento de personas pidiendo ayuda por las calles del centro de Madrid. No tengo estadísticas, pero solo paseando por esas calles de la capital uno se da perfecta cuenta de ese aumento comparando con la situación de hace un año o dos.

Hay muchas clases de personas que piden ayuda en la calle. Están los que yo llamaría profesionales, esos son prácticamente los mismos de siempre. Tienen horarios fijos y puestos claramente controlados. Por ejemplo, están las señoras que se sientan en la puerta de la iglesia del Sagrado Corazón o la de San Gil. Ellas suelen llegar por la mañana en una furgoneta que las distribuye a sus puestos de trabajo y normalmente están supervisadas por un hombre que se mantiene algo alejado de ellas. Está también ese hombre apoyado en dos muletas y cara desencajada que se sitúa en una esquina de la calle Atocha y que cuando acaba su jornada coge las muletas bajo el brazo y se va sonriendo. Así toda una variedad de personas que parecen surgir de la corte de los milagros.

Estos mendigos profesionales tiene su clientela establecida y los que vivimos en la zona los conocemos a todos. Su número no ha aumentado, lo que sí ha aumentado es el número de los sin techo. Estos viven en la calle y pasan la noche en los bancos del Parque o en los portales de tiendas o los cajeros de algunos bancos. Suelen ir muy sucios, huelen a orina, y muchos de ellos parecen intoxicados y con frecuencia están bebiendo vino o cerveza. Están sumergidos en la desesperación y poca gente les hace caso alguno. Su número claramente ha aumentado en el área del centro de la ciudad.

Hay un tercer grupo, el de los que podríamos llamar personas normales. Personas que aparecen esporádicamente pidiendo ayuda porque llevan mucho tiempo sin trabajo, tienen familia y no pueden darles el mínimo para sobrevivir. A estos no se les veía hace dos años y ahora se ven bastantes de ellos. Son gente que aún espera sobrevivir y lucha como puede, pero que si la situación continúa y no se encuentra la manera de ayudar a esas personas pueden pasar a engrosar el número de los sin techo.

El Paralelo de Barcelona, viñeta de Miquel Fuster en su libro "15 años en la calle"

Cuando era joven, apenas se veían personas pidiendo por la calle. Entonces estaba en vigor la ley de vagos y maleantes y la policía se ocupaba de "limpiar" las calles de gente pidiendo. Había unos pobres, muchos de ellos estaban en la Casa de Misericordia junto a la iglesia de San Francisco. Pasaban por las casa a pedir una limosna. Esas personas nos permitían hacernos sentir bien, se les daban unas perras y nos sentíamos buenos y generosos.

Una de las personas que recuerdo le llamábamos Polaina, era bien conocido en la ciudad por su mal genio y salidas extemporáneas. Los jóvenes a veces nos burlábamos de él. Ahora eso me hace sentir culpable. Nunca supe cual era su problema, por que estaba como estaba, que es lo que realmente necesitaba para salir de la miseria en que vivía. No lo tratábamos como una persona, si no como a un personaje.

Esta insensibilidad que tuve con él, también la he tenido con otros. Con los sin techo en particular. Los veía como personas sin voluntad, incapaces de dejar su adicción al alcohol y sin querer buscar un trabajo. No comprendía la complejidad de su situación.

Poco a poco uno va entendiendo, pero hace unos años un suceso fue decisivo en cambiar mi forma de pensar. Por mi afición al dibujo y al "cartooning" en particular, me fije en unos dibujos de Miquel Fuster que me causaron mucha impresión. Coincidió el ver alguno de estos dibujos con una entrevista televisiva que le hicieron. Allí me di cuenta que su libro ilustrado "15 años en la calle", no era un libro de historietas, sino su historia. Narraba las peripecias de sus 15 años de vida en la calle, sin techo. Entonces me di cuenta de que lo que yo identificaba como causas de la situación de los sin techo eran solo consecuencias y que las situaciones de estas personas llegan a ser muy complicadas.

Fuster consiguió salir de su situación gracias a la ayuda de la Fundació Arrels y ahora colabora en muchos de sus proyectos. Esta fundación y sus voluntarios están haciendo una increíble labor ayudando a la personas sin techo. Recientemente uno de sus voluntarios, Enrique Richard, a publicado un libro "Con cartones por la calle" narrando su trabajo y experiencia. Tiene también una página web del mismo nombre. Realmente la labor de esos voluntarios merece gran respeto y yo aconsejaría a todo el mundo leer este libro para darse cuenta de la complicadas situaciones a que se enfrentan y las grandes dificultades en poder ayudar a los sin techo a salir del estado en que viven.

Después de leer estos libros no es que crea que entiendo los problemas y las situaciones de los sin techo, estos libros solo me han abierto una ventana a un mundo que realmente desconocía a pesar de tenerlo tan cerca. A un mundo de unos ciudadanos marginados y muchas veces invisibles al resto de la sociedad. Tampoco sé lo que se puede hacer más que apoyar a los que trabajan en ayudarles a salir de esta marginación que sufren y darnos cuenta que son personas como nosotros y si están como están es por haber pasado por situaciones que el resto hemos tenido la suerte de no pasar.

Cuando algunos políticos hablan de brotes verdes o de la luz al final del túnel no parece que se den cuenta que para un grupo numeroso de personas no son vagas esperanzas lo que necesitan sino ayuda ya. Son vidas las que se destrozan cada día y ellos son en parte responsables de ello.