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Para celebrar que en principio la inflamación del pie parecía un tema solucionado, María dijo que me llevaba a Portugal a celebrarlo con un bacalao a la brasa en el restaurante O Pescador, que está en la Avenida de la República, en Vila Real del Santo Antonio, frente a un Guadiana que juega al escondite y viene de aparecer y desaparecer en Argamasilla y entrega sus aguas al océano Atlántico, abrazando por la derecha tierras portuguesas y por la margen izquierda tierras españolas. Caprichos de reyes que no de leyes, acordes más con sus egoísmos que con el sentido común.

De Doñana nos fuimos, cruzando el hispalense Guadalquivir por el impresionante puente del Descubrimiento a Sanlúcar de Barrameda, donde precisamente el Guadalquivir tiene su delta, y por las mañanas a las playas de Chipiona, donde frente al Monasterio de la Virgen de Regla, el año pasado sin saber ni cómo, me vi sacando a una señora del agua que se estaba ahogando. A veces he pensado qué curiosa es la vida, que fuera precisamente a sacar del agua a esa señora un ciutadellec que pasaba por allí. Chipiona es una encantadora localidad gaditana, que entre otras curiosidades tiene zona reservada frente al ayuntamiento para que aparquen sus vehículos la corporación municipal, y en él hay un letrero con el escudo de la ciudad que dice "Para el alcalde". Así me gustan a mí las cosas: claras y por derecho.

En esos días pude disfrutar de una más que excelente exposición de pintura de Christian Castro Martínez, un joven artista licenciado en Bellas Artes; un virtuoso del dibujo, que te atrapa el alma con sus marinas y paisajes, y que te hace renacer el añejo gusto por los bodegones, muy trabajados, dentro de una técnica depurada de un hiperrealismo moderno muy personal. Durante tres días acudí a la sala donde exponía este perfeccionista del dibujo y la pintura, para empaparme las retinas entre sus originales trabajos.

En Sanlúcar de Barrameda, hay algunos restaurantes donde con una copita de manzanilla bien fresquita, te pueden servir media docena de croquetas de ortigas de mar, que para mí es la cantidad ideal. Menos son pocas y más pueden ser muchas, porque un cólico de ortigas de mar, les afirmo que es inolvidable, pero comidas con prudencia, es como tener en la boca una galerna, una tempestad de sabores marineros. La ortiga de mar es como un marisco concentrado.

En el austero palacio de los Medina Sidonia, custodiado por el imponente Castillo de Santiago, alguien con buen gusto y mejor corazón, ofrecía una muestra fotográfica sobre galgos. Ese perro que viene a ser morfológicamente hablando, el Modigliani de la raza perruna. Una exposición en defensa de ese bello can, para evitar que la sinrazón del desagradecimiento humano o la impiedad, les cuelgue de un árbol cuando ya no les sirven para que corran cómo ellos quieren detrás de una liebre, todo porque a fuerza de correr, el galgo acaba por descubrir que le sale a cuenta "recortar" la liebre en vez de correrla por derecho. Entonces, los que entienden de estas cosas, dicen que el galgo se ha "ensuciado", cuando en puridad lo único que ha hecho el galgo ha sido demostrar su inteligencia.
En Sanlúcar hay unos azulejos que cuentan como de esta localidad salieron 265 tripulantes al mando de Fernando de Magallanes el 20 de septiembre de 1519, para dar por primera vez la vuelta al mundo. Solamente volvieron al mismo lugar de donde habían salido, el 6 de diciembre de 1522, 18 navegantes. Es decir, que 247 hombres, pagaron con sus vidas el que exista un estrecho de Magallanes. Solo Dios sabe las penurias de aquellos tres años circunvalando mares, océanos, tormentas, frío, calor, hambre y... el escorbuto. Pensando en aquellos mareantes, me costó cumplir y menos aún disfrutar con mi copita de manzanilla y mi ración de ortiguillas.