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Leí hace poco la respuesta de Hacienda a una consulta sobre la fiscalidad del cultivo de tabaco por parte de alguien que quería sembrarlo y contratar los servicios de un fabricante de labores que transformase las plantas en picadura fina para liar, apta para consumo particular, sin comercializar a terceros, por lo que preguntaba sobre la posibilidad de realizar tal operación y su sujeción, en caso afirmativo, al impuesto sobre labores del tabaco. La historia de alguna forma se repite, porque la siembra y consumo del tabaco de pota fueron prohibidos en 1862 y perseguidos como fraude a la Hacienda pública. En la Colección Legislativa de España se recogen sentencias del Tribunal Supremo en materia criminal al respecto; y el archiduque recuerda alguna glosa de entonces: ' No podemos sembrar tabaco/ se acabó la buena suerte/ la pipa, condenada a muerte/ y yo, a vivir cual mal verraco'; ¡Adiós pipa sandunguera/ y gustoso tabaco de pota!/ ya no me verá la moza". Hasta que la Real orden de 10 de Junio de 1867 y otra del Poder Ejecutivo de 1 de junio de 1869, previa consulta de la sección de Hacienda del Consejo de Estado e informe de la Dirección General de Rentas Estancadas, se concedió a los habitantes de Menorca e Ibiza la facultad que por tradición venían disfrutando de sembrar, cultivar, recoger y consumir tabaco de pota, pero sin autorizar su comercialización.

La rústica, tabac de pota, pota o tabaco menor es un subgénero del tabaco (Nicotiana), género a su vez de la familia de las solanáceas: una planta herbácea de hojas enteras y fibras alargadas, embudadas o acampanadas, pentámeras y de fruto en cápsulas, que abarca un gran número de especies clasificadas en cuatro grupos principales: Nicotiana Tabacum -el origen de las cuatro variedades usadas en la comercialización: havanesis, brasilensis, virgínica y purpúrea-, Nicotiana Petunoides, Nicotiana Rustica y Nicotiana Polidiclia. Por su parte la pota es una hierba erecta, anual, aromática, recubierta de pelos glandulares, con hojas pecioladas de limbo oval acorazonado y flores de color amarillo verdoso, agrupadas en ramilletes densos, que se cultiva en las Baleares y en otras localidades mediterráneas y proporciona un tabaco que para unos 'fa una olor molt forta i desagradable', como rememoraba con gracia en este diario hace casi tres años José María Pons Muñoz en 'La memoria olfativa', contando que su tío Diego fumaba de petaca el 'tabac de pota' que él mismo cultivaba, secaba y picaba, liando un cigarro tan gordo como permitía el papel, dejando un pestazo inconfundible y para muchos desagradable que otros, sin embargo, consideran el mejor de los perfumes, como nos cuenta Carme Riera en 'Tiempo de inocencia': 'el olor de Can Rasca era una síntesis de olores. El que se percibía al entrar era un olor entremezclado: bacalao, cuerda, petróleo, olivas, esparto de alpargatas, que dominaba por encima del de canela y el de los limones, que la tendera regalaba a los clientes. Al fondo de la tienda estaba el café. Si te acercabas a las mesas donde jugaban algunos viejos a las cartas, al olor de aceitunas, esparto, cuerda, petróleo, bacalao, con un trasfondo de canela y limón, se añadía el de tabaco de pota y caliqueño. Cambiaría el más caro de los perfumes por aquella mixtura de Can Rasca'. Igualmente, lo que para unos es tabaco de escasa calidad, para muchos constituye el tabaco auténtico, el que nunca cansa ni deja picores en la lengua ni mal sabor de boca.

Del tabaco de pota y sus orígenes he oído de todo: que si lo fumaban los mayas hace mil quinientos años; que si los aztecas empezaron a consumirlo a finales del siglo XII, tras invadir a los mayas; que si fue Rodrigo Jerez, uno de los marineros de Colón, quien lo introdujo en Europa… Pero quizás quien mejor ha estudiado el tema ha sido Johannes Wilbert, profesor de antropología de la Universidad de California, para quien desde tiempos prehistóricos, hace seis a ocho mil años, hasta el 1700 d.C., por su potencial alucinógeno y sus niveles relativamente altos de betacarbolinas, harmina, harmalina y tetrahidroharmina, la nicotiana rústica era usada en América del Sur por los chamanes -practicantes de lo sagrado en cada grupo local, normalmente encabezado por un líder político y por un chamán que mediaba entre sus comunidades y el mundo de los espíritus- con fines de conjuro religioso y curativos, en un papel sagrado como vehículo de éxtasis y alimento para los espíritus, incluyendo su uso como droga psicotrópica para el trance chamánico –favorecido por la intoxicación que provocaba la nicotina, su principal alcaloide-, a través del que se comunicaban con los poderes sobrenaturales solicitando protección y bienestar para su pueblo, al igual que en otros lugares acudían a técnicas como sacudir cascabeles, batir tambores, bailar o la privación de los sentidos. Además, el hecho de que muchas especies de nicotiana tiendan a crecer espontáneamente en terrenos perturbados –bordes de caminos, baldíos y, especialmente, la tierra removida de las tumbas-, hizo que se relacionara el tabaco con los muertos y se fomentara la creencia en muchos pueblos en América que los antepasados eran los causantes del crecimiento sobre sus tumbas, como un regalo especial del mundo espiritual a sus descendientes, convirtiéndose el tabaco en una planta sagrada que se consumía no sólo con fines espirituales, sino también con fines sociales para sellar una amistad, en asambleas y concejos de guerra, en bailes y para fortalecer a los guerreros; se ingería para predecir el buen tiempo o la buena pesca, la siembra, la tala de árboles o un cortejo bien logrado.

Cuando hace unos ocho mil años se extinguieron los grandes mamíferos del Pleistoceno -durante siglos sustento alimenticio básico de los pueblos cazadores-, algunos de ellos se volvieron agricultores y entre las plantas que cultivaron estaba el tabaco, que fue extendiéndose desde la zona andina, todo el continente al sur del Mato Grosso -sur de Ecuador, Perú, occidente de Bolivia central y norte de Chile- hasta América del Norte, Australia, el Pacífico Sur y África en un proceso de dispersión de millones de años. Los indígenas de América del Sur eran grandes consumidores de tabaco a través de todos los medios humanamente posibles -gastrointestinal, respiratorio o percutáneo- y en una gran variedad de formas: mascado, bebido, lamido, soplado, aspirado o incluso como supositorios y edemas. Para ello preparaban rollos de tabaco verde, esparciendo a veces ceniza o sal sobre las hojas mojadas y mezclándolas con tierra o miel; luego cortaban todo en trozos que guardaban en recipientes de bambú, calabazas o conchas de moluscos, y lo consumían masticándolo. Para beberlo, preparaban un jugo de tabaco mediante una simple infusión de las hojas enteras o molidas mezcladas con agua. En ocasiones preparaban una jalea conocida como ambil, que se llevaban la boca con un dedo y frotaban sobre los dientes, las encías y la lengua; y para aspirar rapé, secaban las hojas de la planta y las pulverizaban. También fumaban el tabaco en pipa y en forma de cigarros envuelto en hojas -estípulas de palma, hojas de banano y de maíz- o en cortezas de árboles como el sabaleto, carapelo o tinajito (Couratari guianensis aublet), cuyas fibras se siguen empleando para confeccionar ropa, collares y muebles de interior.