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Recuerdo perfectamente el discurso del presidente del Govern cuando era candidato en un mitin en Maó. Aseguró que lo más importante de su programa, su objetivo prioritario iba a ser la educación, como la herramienta imprescindible para un cambio social necesario. No dijo la batalla por la educación. Se refirió a la educación a secas. No creo que entonces tuviera el detalle del plan que está llevando a cabo. Desde luego, no lo presentó. Sin embargo sabía que con el tema de la lengua iba a desatar una enorme polémica, en la que se ha enfrascado con auténtica pasión. Quizás gane en alguna escaramuza en su reforma lingüística, sin embargo se arriesga a perder la guerra por la educación. Creo que el gran inconveniente es que el PP no consigue desprenderse de planteamientos ideológicos. Me da la impresión que el único que se expresa con sinceridad es Antoni Camps, pero que sus opiniones son compartidas por muchos 'populares', convencidos de que la educación está en manos de profesores de izquierdas y nacionalistas. Y esto es lo que realmente pretenden cambiar. Por ello, aplican mano dura con tres directores de instituto, después de que los respectivos consejos escolares no hayan acatado el decreto del trilingüismo. Reciben las felicitaciones de quienes aplauden la batalla por la lengua, pero no valoran las consecuencias ni posiblemente los resultados. Parece que la batalla es el objetivo. La educación, como siempre en este país, es algo secundario, que no preocupa en exceso en ninguna encuesta del CIS.

Todo el mundo comparte la idea de que hay que aprender más inglés, poniendo los medios para ello. ¿Tan difícil era pactar algo ampliamente compartido? A no ser que el objetivo sea otro. No la educación, precisamente.