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El publicista Miquel Ángel Furones argumentó en el Foro Menorca Illa del Rei dedicado a la Menorca Talayórica que lo que vende no son las marcas, sino las historias, por lo que hay que abandonar logos y postales para pasar a narrar algo sobre el destino (turístico). Un ejemplo es Eivissa, oasis en el desierto de la crisis con un modelo diferente al de Menorca (y que dure), pero que ha logrado ser un referente en el imaginario mundial por una historia, historia que sucede de noche, con muchos decibelios, David Guetta alentando a las masas algo dopadas, y una resaca playera al lado de un futbolista famoso de abdominales perfiladas y mujer espléndida enamorada de la capacidad goleadora de su "visa". Nueva York tiene miles de historias en dvd, Cuba es la revolución, India la mística, Egipto los exploradores y las momias, Barcelona la cultura y Messi... Menorca ya tiene su historia, pero es un cortometraje, solo de julio y agosto, como se reflejó en aquel efímero anuncio cervecero. Es una historia con biquinis, tumbonas y niños sin deberes apretujados en la playa. Esta historia funciona. Y aunque hay que mantenerla para no retroceder, es hora de inventar nuevas historias, ajenas al calendario escolar, con algo más de ropa, con más sed de conocimiento que de sangría, donde pique más la curiosidad que las medusas, con más "chirucas" y menos chanclas, con más silencios que radiofórmula en las terrazas, con más rastreadores que rastrillos... Elementos para construir una historia de invierno mágica y fascinante tenemos suficientes, incluso sobran, como sobra aquel hechizo que aletarga comercios y servicios cuando el termómetro baja de 25 grados, o sobra la alquimia aérea que convierte en oro los billetes de avión para los no nativos. Son elementos que, precisamente, deberían pasar a la historia.