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Pocas veces han tenido los españoles mayores motivos que ahora para sentirse desmoralizados, desasosegados y pesimistas. Es mucho lo que nos desalienta y muy poco lo que nos anima.

Ahí está el vendaval secesionista de Cataluña. Su empeño que ya advertía en estas mismas páginas cuando hace dos o tres años atrás, algunas poblaciones catalanas votaron por la independencia, y el gobierno de aquellos días, lo acuñaba torpemente, poco menos que en el capítulo de lo anecdótico.

No hace falta ser un politólogo avezado y al día de nuestros egoísmos patrios, para barruntar que los vascos están dejando que los catalanes "hagan el gasto" para decidir luego sobre seguro su propio destino, que bien podría ser a la catalana.

Otro episodio desmoralizante de estos días, ha sido el desastroso fiasco de los Juegos Olímpicos, al vernos eliminados por Estambul pasando "olímpicamente" nunca mejor dicho, por encima de Madrid, después de gastarnos una verdadera burrada en instalaciones deportivas sin ninguna garantía de un uso olímpico y ahora, no saben quiénes las gestaron, qué hacer con ellas. Y para colmo de imágenes, una "tribu" de elegidos, agavillados y trajeados de embajadores olímpicos, paseando por lo más florido de los barrios bonaerenses, para al final concluir, que lo que se le aclaraba al mundo por boca de la alcaldesa de Madrid, era las excelencias de un café con leche en la Plaza Mayor.

Otros asuntos que tienen al personal a mal tener, son los años que llevan los encargados de concluir el interminable sumario del caso Gürtel, o los dos años del caso Nóos, los años de Jaume Matas. Todo pendiente de no se sabe qué. El vergonzoso asunto del caso de los ERE de Andalucía, donde los socialistas han hecho añicos su dignidad, cubriéndose hasta las trancas de un hediondo y nauseabundo desprestigio que ellos mismos han generado por la utilización de un dinero que no les pertenecía. Vamos, como para criticar los latrocinios que hacen otros. Nada de extrañar que la ciudadanía diga aquello de "Dios los cría y ellos se juntan". Al malestar general de la ciudadanía hay que añadir la sospecha de la financiación irregular de un partido político y un gobierno al que no le hacía falta un programa electoral, un Parlamento con goteras, dónde no se discute de política y sí de mentiras. Bancos que se inventan preferentes para arruinar a sus propios clientes, desahucios anunciados por una desastrosa manera de gestionar la industria inmobiliaria, que los propios gobiernos coadyuvaron a generar, formándose una burbuja que al estallar se ha llevado por delante el trabajo de tres millones de trabajadores, arramblando de paso con la economía del país. La presión fiscal cada vez más asfixiante: la ciudadanía que cobra por su trabajo cada vez menos y paga por sus necesidades diarias cada vez más; la reforma de las pensiones por parte de un gobierno que no es capaz de encontrar otra solución que ahorrar 33.000 millones de euros a costa de los pensionistas, cuando debería ser exactamente al revés, sobre todo después de haber dicho por activa y por pasiva, que las pensiones eran intocables.

Aquí ya no se trata de optimismo o pesimismo, ni del vaso medio lleno o medio vacío. Aquí se trata de la urgente necesidad de una regeneración global capaz de desbrozar el descuidado camino por donde transita una ya fatigada democracia.