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En numerosas ocasiones se argumenta, y lo estamos oyendo mucho recientemente con toda la movida educativa, que al PP de Balears no le amparan la mayoría de los ciudadanos de las Islas, como con frecuencia argumentan los populares para defender su rodillo decretil, sino tan solo un 20 y pico por ciento de los inscritos en el censo electoral. Estos votos, no obstante, le valieron una importante mayoría absoluta, por aquello de la ley electoral y, ante todo, por el alto número de gente que pasa de pronunciarse en las urnas. Está claro que con votar cada cuatro años no se acaba el ejercicio de la democracia, pero el ejercicio de la democracia pasa de forma irremediable por votar cada cuatro años. Si el PP tiene ahora una aplastante y aplastadora mayoría absoluta es en buena parte porque un ejército de abstencionistas prefirieron pasarse aquel domingo de comicios lavando el coche o paseando por el Camí de Cavalls. En anteriores ocasiones pasó con el PSOE. El abstencionista es responsable directo del hecho de que la voluntad manifestada vía papeleta electoral por una parte minoritaria de los ciudadanos se acabe transformando en una mayoría absoluta. El abstencionista no puede mirar hacia otro lado. El abstencionista es un fabricante directo de mayorías absolutas. No puede ser que haya personas que por pereza física y mental declinen la opción de ir a votar sin que pese sobre ellos una carga de responsabilidad. Quien calla otorga, pero otorga durante cuatro años. No vale acomodarse en la abstención para luego salir a la calle a protestar, pedir participación y cuestionar los efectos nocivos que generan partidos políticos cargados de legitimidad electoral por culpa, en buena parte, de esta abstención. Cada uno es responsable de su voto y de su pasotismo ante el voto.