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Quién va a querer ser presidente de Autoridad Portuaria? De entrada es un puesto apetitoso, dirigir los grandes puertos de las Islas, con un presupuesto generoso, en un organismo que depende administrativamente de Madrid, políticamente de Palma y que ha de convivir con los intereses locales. Los últimos presidentes de APB, Joan Verger y Francesc Triay, naufragaron y han tenido que comparecer ante el juez para responder de presuntas irregularidades. El presidente que está a punto de ser cesado, José María Urrutia, padece el mismo síndrome, el de la incomprensión. Los tres presidentes, incluso el menorquín Triay, han mantenido unas relaciones tormentosas con el puerto de Maó y su «entorno».

En los grandes puertos de interés general conviven o se enfrentan multitud de intereses económicos, difíciles de administrar. En el caso de Maó, todos ellos se han puesto de acuerdo en una sola cosa: Autoridad Portuaria es el enemigo. Las buenas intenciones iniciales de cualquier nuevo presidente pierden el rumbo al poco tiempo de navegación. Yo creo que los presidentes han intentado practicar la simpatía. Por ejemplo, los tres han prometido amarres al Club Marítimo de Maó y los tres han incumplido su palabra. Después, se han refugiado en el cumplimiento estricto de la Ley, se han instalado en la fortaleza de la Autoridad Portuaria y desde la lejanía han gestionado los puertos, uno de los motores de la economía de cualquier isla. A Autoridad Portuaria no se le puede recriminar lo que hace, sino lo que no hace. Sería un error, sin embargo, pensar que la responsabilidad tiene un solo nombre y apellidos. Sin Urrutia no viviremos mejor. Hace falta traspasar la autoridad, tender algún puente, para que la nave que ahora zarpará con nuevo capitán llegue por fin a puerto.