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Hará ya más de un año que asistí a un funeral en la Catedral de Ciutadella. Había fallecido el padre de una querida amiga, una persona muy conocida en la ciudad por haber fundado una importante fábrica de bisutería que sus hijos han continuado. Asistí al sepelio porque aprecio a mi amiga y por el recuerdo de la amistad que mantuvo el fallecido con mi padre, ambos fundadores originales de SEBIME.

Durante el sepelio una nuera del fallecido, una conocida política que lidera un partido nacionalista, salió a la palestra de la Iglesia y dedicó unas palabras en su recuerdo. La sorpresa surgió cuando llamó a su suegro por el nombre con que todos le conocían. Fue cuando Diego continuó siendo Diego («En Diegu» en pronunciación menorquina). Fue cuando la nacionalista, conocida por su obsesión por catalanizarlo todo, no se atrevió a «normalizar» el nombre de su suegro convirtiéndolo en Dídac. Era evidente que nadie lo hubiese identificado y demostró que, gracias a Dios, la «anormalización» no había llegado a su propia familia. ¡How good!.

Fue el momento mágico en que, de repente, se cayó todo el castillo de naipes de aquella supuesta convicción nacionalista, cuando las teorías de la «normalización» quedaron reducidas a la nada, a puro polvo y cuando Diego continuó siendo «En Diegu». Recordatorio: ya lo dijo la Biblia, por sus actos les conoceréis.

EFECTIVAMENTE LA CARA DURAde algunos es tremenda: quienes deberían dar ejemplo no practican lo que predican. Más ejemplos. En Mahón el insustancial alcalde Arturo Bagur rompió la tradición secular de nuestra ciudad al cambiarnos nuestros nombres históricos por un ridículo «maó» pero él fue incapaz de predicar con el ejemplo: nunca normalizó el suyo propio ya que tenía claro que no se sentiría identificado siendo «l'Artur Begur». Como no quiso perder su «identidad» decidió mantener su nombre castellanizado aunque, repitámoslo, no tuvo reparos en imponer la denominación chinesca a todos los demás mahoneses. Recordatorio: «No desees para los otros lo que no quieras para ti». Los nombres conceden identidad a través de su tradición histórica. Adaptar la toponimia a unas reglas modernas es ridículo si no se basan en la historia de los lugares ni en la tradición del pueblo. Que en Menorca se hayan cambiado los nombres de Mahó-Mahón (por Maó), de Alcaufar (por Alcalfar), de Binibeca (por Binibéquer), de Binixica, (por Binixíquer), de Mongofre (por Mongofra), de Binisafua (por Binisafuller), etc. es un descomunal ataque directo, una falta de consideración, a nuestra tradición y a nuestra toponimia histórica (la que consta en los documentos antiguos y en las antiguas escrituras de propiedad). Y como con esta gente cualquier barbaridad es posible anoche incluso soñé que pretendían cambiar «Es Cap d' En Font» por «El cap del Sr. Font». Oremos.

Nota: Quien lo pasa mal por culpa de una pécora con rimel que le picó hace años le digo: ¡Chico: Encontrarás a otra mucho mejor. Las hay. Tómatelo con calma. O, mejor, ¡tómate un gin-tónic!