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Empujado por las circunstancias, alguien podría soñar con la idea de llevar la insularidad a las últimas consecuencias. La ventaja es que en tiempos de austeridad no sería necesario levantar muros. El mar colabora. Si por aire nos quedamos casi solos, la opción ideal, al estilo de «Un mundo feliz» , sería crear una especie de comunidad 'amish', autosuficiente, de autoconsumo, sin dependencias del exterior, ni injerencias. Sería lo más parecido a la independicia que reclama Catalunya, sin referéndum porque resultaría una consecuencia natural de la paulatina retirada y desparición de las compañías aéreas. Además, no habría turistas, solo los que lleguen en crucero, que gastan algo y no consumen territorio. Las playas, para los que tengan certificado de residente. Un auténtico chollo.

El panorama del transporte aéreo no puede ser más desolador. Ryanair, la 'low cost' quemás beneficios tiene, y por ello menos riesgo de desaparecer, nos abandona a final de octubre como un mal desodorante. Ya solo nos quedan dos compañías. Air Nostrum, que gestiona dos Obligaciones de Servicio Público, con Madrid y Palma, ya avanza que no está consiguiendo el umbral mínimo de rentabilidad y pide cambios, que solo pueden concretarse en menos frecuencias o precios más elevados. Y Vueling, con nuestro destino preferido, Barcelona, cuando ya se ha detectado que con la previsión de la exclusiva sube precios en fechas en que prevé una mayor demanda.

Y como volver al pasado, a pesar de la ilusión por la Menorca Talayótica, no parece un proyecto viable, nace el sueño repetido de contar con una compañía propía, con los menorquines como accionistas. La posibilidad de que el Consell pague un estudio de viabilidad no es una tontería. Serviría, entre otras cosas, para comprobar si alguien nos toma el pelo.