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Final de verano, buen momento para hacer balance. La crisis se ha ocupado de que mejor nos saltemos los balances económicos (de pena, para llorar, vamos) y nos pasemos a lo mas importante, pero menos consistente.

O sea, que visto así, a bote pronto, lamento, profundamente, que mi vida no me haya dado tiempo, ocasión o ganas de ser mejor madre de mis dos fantásticos hijos, por ejemplo, de dominar el inglés, de escribir una novela, de tener una hija.

Aprender a cocinar, saber decir «no» algunas veces, hacer vida sana, dominar mi voluntad, poner orden en mi mesa de trabajo, pesar unos kilos menos, ser mejor persona ...
Todo esto está todavía en la lista de lo pendiente.

¿A favor? Dejé de fumar al segundo intento, y había fabricado más humo yo sola que la central del puerto. Me levanto cada mañana, y consigo recomponer lo suficiente mi vida y mi sonrisa como para empezar de nuevo. Trabajo en lo que me gusta y, a veces, parece que también le gusto yo a mi trabajo. Pero solo a veces. Mis hijos están ahí, siempre: a la distancia justa de un beso, a un paso exacto del cariño, nunca mas allá en la distancia de lo que pueda llegar un e-mail, o una llamada. Puedo tomar una caña con mis amigas, escuchar música fantástica sin moverme de Mahón, leer los mejores libros y tener los mejores sueños, sin necesidad de tomar un avión.

Y la vida, que no deja de ser aquello que buscamos mientras nos sucede lo que nos sucede, todavía tiene capacidad de asombrarme, de asustarme, de hacerme reír, de levantarme cuando caigo.

Y aunque nada es fácil, aunque la vida nos lleve a donde nunca habíamos querido llegar, aunque se tuerzan los caminos, y la senda sea oscura, nada ni nadie impide que el sol salga cada día, que la sonrisa de un niño nos fascine, que la ternura nos conmueva, que los colores del otoño conviertan a mi isla en el mejor cuadro posible.

Estamos vivos. Respire profundamente. Coloque un pie delante del otro, sonría, solo la primera sonrisa cuesta.

Nada es eterno, ni para bien, ni para mal. Todo se recoloca poco a poco, y vuelve a su sitio. Y este invierno será como le de la gana, como lo han sido los últimos inviernos, o los últimos veranos. La ventaja: ya no nos pilla desprevenidos. Nos hemos acostumbrado a todo, y nos alegra cualquier respiro, una tregua en el camino por ligera que sea.

Pero ya sabe, amigo lector: todo acaba bien. ¿Y si no acaba bien? Pues todavía no ha acabado.

Y ahí estamos, buscando un buen final para la mala película que estamos viviendo. Si agarro al guionista, lo mato, vamos... ¿Y qué puñetas está haciendo el Director?

Como dice Mafalda, paren el mundo, que me quiero bajar...