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Qué triste vivir en un mundo en donde la gente huye de su hogar porque no tiene, de sus tierras porque se las queman y sólo brota hambre, de su país porque se llena de soldados y fuego amigo abatiendo; qué pena pensar que en este mundo millones de personas corren de miedo por todas partes buscando un sitio del que no asustarse, algún futuro con más horas, alguna suerte no tan mala, un trozo de pan por persona; qué lástima saber que miles de personas se juegan la vida que les queda a algo o nada, a nada o muere, que todos los días algunos trafican con su esperanza y amasan el dinero de los desesperados y los lanzan al mar, contra el horizonte, en embarcaciones que no soportan la distancia hasta salvarlos y ceden, antes de cruzar la frontera, sin llegar a su destino y su destino era llegar, con ellos dentro, con ellos muchos, pero la avaricia del que les preparó el viaje les preparó por su lado el desastre, demasiados son en un solo barco, demasiados son los muertos.

Qué miedo vivir en un mundo en donde las leyes reprimen los actos más humanos potenciando los de monstruos, donde se puede penalizar el socorro hasta tener que pedir auxilio, y se puede criminilizar la ayuda hasta impedirla, y se pueden morir cientos de personas ante la mirada atónita de los que no podían hacer nada y la impasible de los que hicieron lo mismo pudiendo más; qué miedo quemar las mantas dentro de una barca como única salida, para llamar la antención, y que no haya antención a las llamas, y ver prender fuego al futuro entre gritos; qué miedo morir de pasividad ajena, de desidia, de quedarse sin barco a una millas de pisar tierra, de quedarse sin tierra por no poder llegar a nado, cansado de hambre y frío, tragado por la desgracia.

Qué lamentable saber hoy que se pudo hacer algo antes de que esto pasara, saber que se pudo haber evitado, que se estuvo avisando del problema, insistentemente, al ritmo que llegaban a la orilla los muertos, 8000 en 20 años los contados, y otros tantos sin contar, por descontado, intentos fallidos en alta mar, sin que nadie los viera, sin que nadie lo sepa, sin que fueran noticia pero pura actualidad. Pero hasta que los muertos no superan a los que podemos contar con los dedos de una mano no nos llevamos las dos a la cabeza, y mientras la desgracia parece que solo gotee aquí nadie mueve pieza, aunque juntando esas gotas se sume un mar de muertos. Qué rara esta parte del mundo a la que sólo te dejan llegar si es sin vida. Qué verguenza dijo el Papa, y qué pena que eso también nos sorprenda.