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Dicen los neurólogos que el cerebro evolucionó de dentro a fuera. Aunque tengamos solo un cerebro, su estudio revela que se pueden distinguir en él, tres estructuras distintas. Por orden de antigüedad, la parte más vieja (cientos de millones de años) nos asemeja a los reptiles, y en ella residen las reacciones viscerales de agresión, territorialidad o jerarquía social.

Rodeando esa zona profunda, disponemos del sistema límbico, propio de los mamíferos. Nuestros estados de ánimo, emociones y preocupaciones son regulados por dicho centro neurálgico, sin el cual resultaríamos más sosos que una dieta para la hipertensión.

La parte más externa, superpuesta a las anteriores, es la corteza cerebral, característica de los primates y que, tras una evolución de millones de años, hemos heredado los humanos actuales. Esta zona nueva, hablando en términos evolutivos, hace posible la consciencia, el lenguaje, la intuición, el razonamiento y las demás tareas superiores.

Esto lo explica todo. Tenemos que seguir evolucionando, conviviendo y manejando a la vez, las reacciones de un cocodrilo, de un león y de un chimpancé juguetón, lleno de ingenio y de curiosidad ilimitada. Nos gusta estar tumbados al sol; cazar y cuidar de la prole; pelearnos para demostrar nuestra jerarquía; fantasear mientras nos relacionamos con otros de la misma especie o calaña; descubrir e inventar cosas nuevas y emocionantes... Somos lo que somos, y resulta inútil ignorarlo.