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Sábado 19 de Octubre. 8 de la tarde. bar-salón del hotel Hesperia Bilbao justo al lado de la ría, casi frente al Guggenheim. Hace una tarde estupenda, propia de una primavera mediterránea. Me pido una Murphy's y me dispongo a ver el partido de futbol Osasuna-Barcelona.

En eso aparece una camada de tres energúmenos de unos treinta y tantos años. Fofos, sudorosos y chulescos se comportan como auténticos orates y sin duda son unos folloneros. Parecen ir bastante «mamados». Se piden unos gin tónics y se sientan repanchingados en unos butacones a mi derecha. No sé si se hospedan en el hotel.

No pasan tres segundos y ya comienzan a gruñir contra todo lo que no sea su equipo. Son unos maleducados integrales. Muestran una especial predilección por el árbitro a cuya progenitora recuerdan desagradablemente de forma constante y abusiva. Insultan a todos menos a los suyos, esos que ahora visten de bandera cuatribarrada.

Para ellos el árbitro es un hijo de la gran «pata», una «rata española», una escoria, un mamón,... «un español». Están envalentonados y van subiendo de nivel en la jerarquía «insultativa». Hacía tiempo que no escuchaba tantos y tan variados insultos contra una persona que, en mi opinión, lo estaba haciendo moderadamente bien (el árbitro) y a la que estos jóvenes no conocen de nada.

Sarcástico. Lo más sarcástico es que se comunican intercalando expresiones y frases en español. ¿Se entienden así mejor? Utilizan esa característica tan catalana (y, por otra parte, aquí, tan mahonesa) de entremezclar los dos idiomas locales con toda naturalidad. Pasa media hora, el partido sigue aburrido de solemnidad. Los orates ya van por su tercera bebida mientras han conseguido vaciar la sala. Sólo quedo yo.

Ni me dan miedo ni me impone la estupidez (estoy acostumbrado a ella) pero hemos reservado en el Serantes y no quiero perderme las kokotxas y el txangurro al horno (tampoco el txakolí Txomin Etxaniz que ahora me dicen está «muy mejorado»). Al final de la primera parte me voy. Allí se queda esa manada de lobos solitarios (¿por qué recuerdo a Herman Hesse y su Steppenwolf?) aullando su odio contra todo lo que no corretee por su desértica estepa mental.

Conozco a infinidad de ciudadanos catalanes que son personas admirables, trabajadoras, responsables, cumplidoras, honestas, buenos amigos, agradables... buena gente. De hecho la gran mayoría son así. Pero desde hace unas décadas una parte de aquella sociedad parece gaber enfermado con un sector que actúa con el fanatismo de las vísceras. Triste producto de una región antes pionera en libertades y que ahora, opinamos nosotros, ha sucumbida ante los efluvios del totalitarismo aldeano.

Estos chicos no aman a su tierra de nacimiento sino que odian a todo lo que huela a español. Están literalmente fanatizados. La educación les ha hecho así: idiotas integrales. Comprobarlo alarma. No han sido educados para compartir el mundo sino para compartimentarlo según el lugar donde naces y según que lengua hables. Dios mío, ¿cómo han llegado a este punto?


Nota: ¿Habéis firmado ya para dar apoyo a Movimiento Ciudadano? Vale la pena. Está en la red.