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Un amigo me pregunta si vivimos en una Menorca auténtica o en una burda falsificación de lo que fue.

Dice que Menorca está tan cambiada como la misma cara de Doña Letizia: irreconocible. Efectivamente si la comparamos con la Menorca del desarrollo de los años sesenta y setenta, la Isla está irreconocible. Me refiero, claro, a la vertiente económica y social, a la oferta laboral.

Aquella Isla ofrecía oportunidades a sus habitantes, aparecían iniciativas y la gente trabajadora podía fer un duro. No había trabas al trabajo y las horas extras en las empresas estaban a la orden del día. Si el sistema político de la época era, para muchos, rechazable, la evolución económica era positiva y alentadora.

Sí, hay mucha diferencia entre la Menorca de los Bristols (aquellos aviones que cubrieron las primeras líneas aéreas con la Península) y la actual. Hoy se ha extendido entre los menorquines una extraña sensación de sufrir un auténtico agobio administrativo que impide cualquier desarrollo.

Estamos ahogados y hundidos por las normativas que nos ha impuesto la carcasa autonómica. Muchos creen que cuantas más competencias ha captado el Consell Insular, menos trabajo ha habido para los menorquines. Es una evidencia.

Una administración exagerada ha prostituido también la ilusión por la iniciativa privada de muchos jóvenes que han preferido sucumbir al trabajo cómodo en el enorme entramado administrativo a arriesgarse en negocios particulares.

Todo está mediatizado, todo normativizado, todo regulado y, por lo tanto, todo jodido. (Cabría preguntarse lo de Vargas Llosa con respecto a Perú, «¿cuándo se jodió Menorca?»). Cualquier iniciativa siempre tropezará con alguna norma que, de algún modo, la impedirá.

Últimamente lo hemos visto con la tramitación de algunos establecimientos de lujo. No hay seguridad jurídica alguna y las consecuencias se pagan. Este pasado sábado un abogado especializado me comentaba que las inversiones previstas del grupo Zannier están en el aire. Se temía que deberán sortearse muchas trabas administrativas y que algunas de sus intenciones podrán chocar con normativas proteccionistas lo que no asegura su viabilidad.

¿Nuevos Torrelbenc en el horizonte? ¿Nuevas batallas populistas a la vista? Las obras públicas son el enemigo preferido de algunos que se oponen a todo aunque siempre maquillando esa oposición con excusas populistas y demagógicas. Hace unos días un exdirector del MENORCA (menorquín que ahora vive en Palma) me comentaba su preocupación por el futuro de la isla por la falta de decisiones políticas enérgicas que puedan enderezar un rumbo desorientado desde hace ya demasiados años.

Otra vez conviene recordar que durante el franquismo no se podía decir casi nada pero se podía hacer casi todo mientras que ahora se puede decir casi todo pero no se puede hacer casi nada.

Nuestra isla es latina y en el fondo tiene alma libertaria. Al menorquín no le gusta que la vengan a tocar los galindons (de ahí surge el m'enfotisme, esa forma de ser libertario).

¿No va siendo ya hora de que se acabe esa Menorca falsificada y se nos devuelva la tradición isleña de facilitar la creación de trabajo en vez de impedirlo?

Nota: Felicidades a la amiga Marta Vidal, nueva Consejera de Territorio. Un beso. ¡A ver si se nota!