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Uno de los propósitos del PP de Maó ha sido sacar gente a la calle, crear ambientillo a base de ferias algo repetitivas, sobredosis de música nocturna, gigantes desestacionalizados y diversos piscolabis por la patilla. Les ha salido bien, sin duda, muy bien. Otro cantar es la magnitud de los beneficios económicos de este bullicio o que el éxito de un equipo de gobierno se pueda medir por la cantidad de organismos pluricelulares con zapatos que se paseen por Ses Moreres.

Por verse siempre rodeada de tanta gente, mayor fue la decepción de Águeda Reynés cuando por segundo año consecutivo sus ciudadanos la dejaron sola con sus presupuestos y coleguitas. Los presupuestos no le interesan a nadie. Así de claro. Ni de Maó ni del Consell o del Real Madrid. El único presupuesto que inquieta a la peña es el de su fontanero. El fracaso no es de Águeda, sino de un modo de hacer política generalizado basado en la prestidigitación de los números, por la que lo bueno cuando gobierno es malo cuando oposito y una deuda es poca y mucha a la vez. Es una indiferencia por incomprensión. Comprender el asunto requiere un esfuerzo de tanta concentración y análisis que en ningún caso vale la pena.

El dinero público se ha convertido para el carnicero y la enfermera en un ente abstracto, ilusorio, opaco, imprevisible, manejable, que viene y va, que viaja de uno a otro despacho en un caótico sinfín de transferencias, dotaciones, planes, fondos finalistas y semifinalistas, de seguimiento imposible. No, la gente no pasa de la política, pero sí sabe que los números son dibujos en un papel, que lo que valen son las acciones y la aplicación severa de la ecuación pago impuestos-recibo servicios sin interferencias de torpes y aprovechados.

O también podrían probar a presentar los presupuestos con una charanga y pastissets.