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Diría que no fui el único. Eran las nueve de la noche...buena y, entre los siempre divertidos prolegómenos de la primera comilona navideña, la imagen del Palacio de la Zarzuela asomó por el televisor. Enseguida apareció el Rey, con el estudiado decorado de costumbre al fondo. El Nacimiento a un lado, la bandera al otro y, entre medias, el Monarca de todos los españoles. Más desmejorado, lógicamente. Por mucho rey que seas, 75 años y 13 operaciones no perdonan a nadie. Y más si estás viviendo la peor crisis de tus 38 años de reinado y cualquier referencia -obligada- que hagas a la necesaria ejemplaridad pública es mirada con lupa por la legión -cada vez más numerosa- de detractores y republicanos.

Total, que como la mayoría de los seis millones y medio largos que a esa hora teníamos la tele encendida ante el Rey, ni yo ni ninguno de mis acompañantes se molestó en acercarse a subir el volumen. Tal es la apatía y el descrédito en las instituciones que nos pasamos los once minutos y medio sin escucharle. Pero, por lo visto, otros 'pasaron' incluso de encender el televisor.

Hasta 341.000 espectadores ha perdido el Rey en los doce últimos meses. Y eso que este año no se ha accidentado mientras trataba de cazar elefantes en un safari por Botsuana. Ha bastado con conocer el papel -más activo de lo que presuponíamos- de la Infanta Cristina en el escándalo del caso Nóos y su posible imputación para que la audiencia televisiva del primero de los Borbones haya caído en picado.

Eso, y no la ciclogénesis explosiva que estos días de fiesta nos ha inundado otra vez de viento y lluvia, es lo que ha provocado que solo 172.000 ciudadanos de las Islas se plantaran la Nochebuena ante el televisor para verle once minutos en pantalla. Su cuota ha bajado en diez años del 87 al 65 por ciento, y nada augura que vaya a remontar el vuelo. Con cinco millones de parados y ocho por gastar cada año, o la Monarquía se esfuerza como el Papa Francisco en intentar hacer creíble su institución, o pronto no tendrá quién le escriba.