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Vivimos tiempos de cambio. Pilares otrora sólidos- la monarquía, el gobierno, el ejército, la escuela…- se tambalean. Todo se cuestiona. También la Iglesia. Se examina con lupa a la Curia, a la institución con mayúsculas, pero también a uno de los núcleos de la vida eclesial, la familia, lo que en las comunidades cristianas primitivas se llamó la «iglesia doméstica».

El amor- «vocación fundamental e innata de todo ser humano» (1) - proyectado en el matrimonio y en el nacimiento de los hijos, posibilita que el hombre y la mujer se conviertan en «colaboradores de Dios en la custodia de la creación y en el crecimiento de la familia humana» (2). Y esto es así porque a lo largo de la historia, la Iglesia no ha dejado de insistir en «la enseñanza sobre la familia y sobre el matrimonio que la fundamenta» (2).

Esta insistencia no ha impedido que la crisis económica, social y espiritual que vivimos se haya dejado sentir no solo en el propio modelo de familia y en su día a día, sino también en la misión evangelizadora de la Iglesia en este ámbito. Es por ello que el Papa Francisco ha decido dedicar el próximo Sínodo de los Obispos a la familia y la evangelización, estableciendo un itinerario de trabajo en dos etapas: la primera, la Asamblea General Extraordinaria de 2014, orientada a delimitar el estado de la cuestión y recoger testimonios y propuestas que hagan más eficaz y creíble el Evangelio de la Familia; la segunda, la Asamblea General Ordinaria de 2015, tendente a diseñar líneas operativas para la pastoral de la persona humana y de la familia.

El reto es apasionante y el Papa Francisco es consciente de la necesidad que tiene la Iglesia de reforzar la familia tradicional y de la conveniencia de apostar, ampliándolo si cabe, por un nuevo concepto de familia. ¿Está la Iglesia- Curia y comunidades cristianas- preparada para este reto? ¿Cómo equilibrar una tradición de siglos y el amor, la misericordia de Dios, con la existencia de familias que nacen contra «la ley natural»? ¿Puede la Iglesia flexibilizar sus planteamientos? ¿Debe hacerlo?

El Papa está dispuesto a que el reto se considere. Solo así se entiende la valentía del cuestionario que se ha preparado para que las comunidades eclesiales participen activamente en la preparación del Sínodo. En este sentido, el formulario articulado en nueve apartados, no esquiva ninguna de las problemáticas que han desdibujado los perfiles de la familia tradicional y de la misión evangelizadora asentada en la misma.

Cuestiones como la aceptación o el rechazo de las enseñanzas de la Iglesia sobre la familia tanto en ambientes eclesiales como extra eclesiales, la celebración del matrimonio entre bautizados no practicantes o no creyentes, la situación de bautizados separados y divorciados casados de nuevo, la unión de personas del mismo sexo y la transmisión de la fe en caso de que tengan hijos o los adopten o los métodos de control de la natalidad se recogen en un formulario que pretende dar respuesta a los actuales desafíos pastorales en relación a la familia.

Y el reto no es solo cuestión de obispos y cardenales. Todos los creyentes- los más implicados, los de solo misa de domingo, incluso los no practicantes-, quizás también los que no creen en la Iglesia pero no dudan en reconocerle su papel en la construcción de una sociedad mejor, están llamados a participar en este proceso, a reflexionar y debatir sobre la problemática de la familia para que ésta recupere su papel protagonista en la promoción de la persona y en la transmisión de la Buena Nueva.

(1) Familiaris Consortio
(2) Documento preparatorio del Sínodo de la Familia