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Hay escritores que ante la imposibilidad de nombrar la realidad con las formas ya existentes intentan nuevos caminos, tal y como hizo Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) con sus greguerías, piezas narrativas que definió como «humorismo más metáfora». Esta prosa breve, juego de palabras y clara antecesora de los famosos 140 caracteres, le sirvió a Gómez de la Serna para rebelarse ante el punto de vista establecido. No es lo único que publicó este hombre de letras visionario y un tanto estrambótico, pero es sin duda lo que le dio renombre, su propio invento: «Desde 1910 me dedico a la greguería, que nació aquel día de escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, frasco por frasco, y los mezclé, surgiendo de su precipitado, depuración y disolución radical, la greguería. Desde entonces, la greguería es para mí la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al descreimiento». Destacar algunas de ellas - «El capitalista es un señor que al hablar con vosotros se queda con vuestras cerillas»; «Lo que pone más rabiosa a la ballena es que la llamen cetáceo» o «Si te conoces demasiado a ti mismo, dejarás de saludarte» - no es fácil, porque su ingenio no tenía límites y dejó más de diez mil ocurrencias: cualquier objeto o actividad cotidiana podían adquirir otra dimensión ante sus ojos.

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Preparando una clase del taller de escritura he ido a parar, una vez más, a la obra de este genial escritor que tanta inspiración guardaba en los bolsillos más insospechados. En esta ocasión, sin embargo, he visto algo más: esta realidad que vivimos precisa también de nuevas formas de expresión, de nuevos códigos, de nuevas armas. A nuestro alrededor se mueven corruptos y más corruptos indultados; millones de hogares sin empleo ni posibilidad en lo que se supone que era e iba a ser un país próspero; una clase política sin clase ninguna que legisla a su antojo sin más interés que el económico a gran escala (en especial, en lo que a sus cuentas corrientes bajo secreto bancario se refiere) y que pasa por encima de derechos básicos, universales, de conquistas ya superadas por unos pueblos que ahora duermen (y pagan la luz). Gravan el autoconsumo, las energías renovables y todo, para no desmontar el chiringuito personal que tienen montado con las eléctricas.

La lista de despropósitos es larga y estos son solo algunos ingredientes de una cara de la moneda, por la otra, hay personas y colectivos que buscan nuevas vías, que trabajan para fomentar el consumo responsable, la defensa de derechos fundamentales, que luchan por la educación y la sanidad públicas y gratuitas, que alzan su voz y su tiempo contra causas injustas. ¿Cómo hablar de todo esto con el código conocido, con un voto ciego cada cuatro años? Han cambiado los escenarios, las formas de esclavitud y los canales de lucha. Trata ahora el gobierno de impedir (cobardes) que la gente se reúna y proteste con leyes mordazas basadas en multas económicas: la desobediencia civil es el único camino que va dejando a su paso esta casta que decide, espero que no por mucho más tiempo y que la alternativa no sea más de lo mismo, nuestro futuro y el de los que vienen detrás. Ahora bien, ¿cómo desobedecer? En primer lugar, de forma colectiva. Ya hay agrupaciones que informan de los pasos que se pueden seguir de una forma pacífica, pública y deliberada, como la Plataforma Por la Desobediencia Civil (desobediencia.es), que explican cómo no acatar leyes que se considera injustas y que afectan la libertad de los ciudadanos, con el objetivo claro de que se cambien. La desobediencia, como forma de disidencia política, como llamada de atención a la opinión pública, como expresión de responsabilidad, ya quedó articulada gracias a uno de los pioneros en la materia, el ensayista estadounidense Henry David Thoreau, que describió los principios en su obra «Desobediencia civil» (1849) y que influyó en personajes como Gandhi y Martin Luther King. Sin desobediencia no hay cambio, y en España, ante la oleada de injusticias de los últimos años a partir de leyes aprobadas por el Gobierno de turno, ya se han dado casos exitosos, como el colectivo de médicos que se ha negado a no atender inmigrantes ilegales o la tarea titánica que lleva a cabo la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). Y así, cada uno en nuestra esfera, tenemos que aprender a desobedecer, porque si no nos revolvemos, como hizo Gómez de la Serna en el terreno literario, las cosas no van a cambiar.