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Estas «Citas a ciegas» llevan semanas de barra libre de «Sí se puede». Las pequeñas/grandes victorias de la Plataforma d'Afectats per la Hipoteca en Menorca y más allá; Gamonal como ejemplo y esperanza de la cordura; y ahora, el triunfo de la 'marea blanca' en Madrid, que ha conseguido, tras un año de campaña y lucha por vía judicial, paralizar el entramado mafioso que pretendía la privatización sanitaria en mi tierra natal y que se ha cobrado –¡aleluya, una dimisión!– la renuncia del consejero de Sanidad, Javier Fernández-Lasquetty. Y aún hay más, el dragado del puerto de Maó no será, parece ser, una catástrofe medioambiental como quisieron en un primer momento: Autoridad Portuaria de Balears (APB) ha aceptado la propuesta del GOB y 29.000 metros cúbicos de los fangos contaminados que se extraigan se tratarán en tierra firme, en Es Milà. Otra buena noticia, aunque quedará por ver qué dicen los informes de los fangos que sí irán a parar al mar. Si en todos los casos anteriores se hubiera agachado la cabeza y las quejas se hubieran ahogado en tazas de bar, las injusticias habrían seguido su curso. Así que una vez más: sí se puede.

No nos podemos relajar: las prospecciones submarinas que pretenden llevar a cabo en aguas baleares en busca de petróleo y gas y en pos de un supuesto «crecimiento económico» (para las cuentas corrientes de las empresas implicadas y las de los políticos interesados, claro) y del «fin de la dependencia» energética. La sociedad balear, las empresas del sector turístico y hasta parece que el Ejecutivo de turno, han dejado claro que no quieren prospecciones petrolíferas y se oponen a esta intentona del Gobierno central, con el iluminado ministro de Energía, Industria y Turismo, José Manuel Soria, como máximo ignorante al frente.

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El sector turístico, por supuesto, ve una amenaza insoportable y la gran nube negra se eleva sobre la naturaleza, que es también el turismo y viceversa: «el impacto de los cañones submarinos emitiendo cada diez segundos ondas sonoras a 249 decibelios, muy por encima del umbral del dolor, situado en los 180 decibelios, devastará la pesca durante meses en el Golfo de Valencia, amenazará», según un informe de Ecologistas en Acción, «el hábitat de miles de aves y alterará las rutas migratorias de cetáceos, delfines y tortugas con unos efectos secundarios que incluyen dolor extremo, hemorragias internas y daños auditivos irreversibles». ¿Y todo para qué? La independencia energética no va a venir de la mano de más combustibles fósiles, no puede ser ése el modelo del futuro, y alguien –de nuevo, pedimos auxilio a Europa, ¿o es que solo existen para aplicar la tijera?– tiene que parar este sinsentido que huele a comisiones, sobres y promesas de cargos personales muy bien remunerados. La independencia vendrá de las energías renovables (y no de su condena o de los impuestos al sol, como pretenden estos gobernantes condenados ellos a avergonzarse de su estúpida gestión). Precisamente las islas, se ha demostrado, son territorios magníficos para constatar que sí se puede en esto de las energías limpias.

Hay islas como la de Samso, en Dinamarca, que lleva más de una década demostrándolo: con unos cuatro mil habitantes, esta isla del mar del Norte se ha ido transformando en un modelo de autosuficiencia: el cien por cien de su consumo eléctrico procede de la energía eólica y tres cuartas partes de su calefacción viene de energías renovables. Es una comunidad agrícola, cuyos productos son ahora más valorados fuera por el sello ecológico, que ha dejado atrás el petróleo y ha sabido invertir en energías renovables con vistas al futuro. Y no es la única, El Hierro, en Canarias, declarada también Reserva de la Biosfera por la UNESCO en 2000 hace gala de su apellido y no lo saca solo cuando celebra aniversarios: se ha enfrascado en el proyecto El Hierro 100% Renovable, que desarrolla la construcción y la puesta en servicio de un sistema hidroeólico capaz de cubrir su demanda eléctrica con energías renovables. Se espera conseguir, reza el proyecto que ya está en marcha, «un ahorro anual de 18.700 toneladas de emisiones de CO2 y de 1,8 millones de euros por los 40.000 barriles de petróleo que dejarán de comprarse». Y eso son solo las cifras. Menorca debe seguir esta senda e invertir en energías renovables, convertirse en el destino turístico verde y sostenible del Mediterráneo y defender su paisaje por encima de cualquier despacho absurdo y pasajero. La rebelión ciudadana no ha hecho más que empezar.

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