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Andrés tuvo que acompañar a una amiga a una tienda de muebles. A la tienda de muebles más grande que hay en Madrid, en Barcelona y en casi cada gran ciudad. A la tienda de muebles cuya sede central está en Suecia y que cuentan con un punto de venta aquí en Menorca. A la tienda de muebles donde le mandan a casa todo desmontado y usted tiene que montarlo siguiendo las instrucciones encomendándose a algún santo para que no le sobren piezas. Hay que ver la de espacio que tengo que gastar para no poner el nombre, pero que quieren que les diga, queridos lectores, me niego a poner publicidad gratuita, ya saben lo que repito a menudo, si alguien quiere patrocinar este texto que se ponga en contacto con el Diario, absténganse bancos, partidos políticos, agencias de calificación y demás entes sospechosos de corrupción sistémica.

Bien, pues Andrés acompañó a su amiga a esta tienda a la que nunca había ido y flipó en colores. Nada más entrar se encontró con una especie de jaula-parque infantil donde los clientes podían dejar a los retoños para consumir a gusto sin rabietas, mocos, carreras y todas esas cosas que los niños suelen hacer en las tiendas porque para ellos son muy aburridas, excepto las de juguetes y chucherías como es natural. Andrés me confesó que estuvo tentando de quedarse, sino lo hizo fue por compromiso con su amiga y porque no hubiera estado bien ver a un tío de cuarenta años y noventa kilos tirarse a bomba en la piscina de bolas.

El camino para recorrer la tienda está marcado por un caminito azul que tienes que ir siguiendo obligatoriamente, aunque usted quiera ir por una lámpara para la mesilla de noche tendrá que pasar por la sección de sabanas, de bañeras y de espejos por narices. Si uno es listo y se fija del camino principal salen unos en rojo en los que pone atajo, estos caminos te ahorran algunas secciones pero no todas, es como una especie de juego de la Oca un tanto diabólico: de cajonera a muebles de jardín y compró porque me toca. Ha caído usted en la casilla de la cafetería puede consumir unos rollitos de salmón excelentes con un café que deja mucho que desear, media horita sin comprar.

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Cuando llevaban más de dos horas dentro se topó con un piso montando con baño y todo de 35 metros cuadros. El espacio estaba aprovechado al milímetro como en una caravana, como en un avión, como en el juego del Tetris, cocina, sofá, escritorio, televisión todo encajado, todo a medida, su vida en 35 metros. Andrés pensó en urbanitas estresados, en edificios colmenas, pensó que aunque sean tan pocos metros también te pueden desahuciar, los bancos no miran metros, miran ceros en tu cuenta.

Andrés empezó a marearse y consiguió convencer a su amiga para salir de allí, hay que decir que ella disfrutó de lo lindo como tantas otras personas. Antes de salir Andrés vio un zapatero dentro de un armario, contó y había sitio para más de cuarenta pares, quizás fuera porque el salmón se le empezaba a repetir, o porque la falta de luz solar en la macrotienda sin ventanas le nubló el entendimiento, o porque hace poco que releyó el Discurso de Rousseau sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, a veces se pone pedante, pero tras ver el enorme zapatero se preguntó en voz alta: ¿quién tiene tantos pies?

La pregunta es absurda, tan absurda seguramente como algunas de las manías de Andrés, pero también hay ciertas maneras de consumir que más que absurdas, son obscenas. Como obscenos son los que afirman que ya estamos saliendo, no te fastidia.

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