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Este país es de pandereta. Lo sabemos tú, yo y todo aquel que nos rodea. Sucede, además, que a veces evoluciona, como si fuera un Pokemon, y en lugar de marcarnos un solo con un único instrumento, nos agenciamos la comparsa entera. Como pasa en Madrid, donde por orden del Ayuntamiento y ante la falta de alcoholímetros, obliga a sus policías municipales desde noviembre de 2012 que en los botellones que detecte compruebe a través de sus sentidos, excepto el gusto, si los vasos que incautan contiene alcohol y, además, qué clase y qué marca. Para que nos entendamos, el Consistorio obliga a los agentes a coger cualquier vaso que sostenga ilegalmente un chaval, meterle la napia, pegar ensumada y a identificar qué veneno atonta las neuronas a la muchedumbre hoy en día.

Tildar la medida solamente de rocambolesca resultaría un acto de compasión para con el coeficiente intelectual del que la propuso. La Policía evidentemente se ha rebelado y ha dicho al cabeza pensante de turno, que las narices, las suyas claro, se las podrían meter por donde huele raro. This is Spain, imagino que estarás pensando, o que me he inventado esta noticia. «Parece whisky» o «supuestamente es ron», son los informes policiales que redactan y que el departamento de Salud de la capital se encarga de rechazar por «falta de garantías jurídicas». Claro, en el fondo el error es de forma.

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Lo que tendría que hacer el A yuntamiento es pagar cursos de Apreciación Sustancial y Perfeccionamiento de las Bebidas Espirituosas o, para que nos entendamos, subvencionar las cogorzas a los agentes para que se familiaricen con el género. Conseguirían reducir el margen de error, aunque quizás deberían lidiar con el aumento de bajas laborales por resaca. Gajes del oficio de convivir con el riesgo.

Otra opción que debería contemplar el Consistorio madrileño, principal impulsor de esta estrategia de actuación, puede ser nombrar inspector jefe al bueno de José Luis Torrente, el brazo tonto de la ley, interpretado por el gran Santiago Segura. Que lo marquen como ejemplo a seguir, total, solo bebía algunas veces de servicio.
La metodología de trabajo podría crear escuela a nivel mundial y que la Interpol, el FBI o la policía secreta rusa se interesasen por los agentes españoles y sus infalibles narices. Y como en España hay mucha tradición del buen comer y del buen beber, lo mismo se podría crear superagentes del botellón y del contrabando del pincho de tortilla. En fin, un país a ratos de pandereta y a ratos de comparsa.

dgelabertpetrus@gmail.com