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En 1924, André Breton definió el surrealismo como un dictado del pensamiento sin la intervención reguladora de la razón; como una resistencia a acatar las normas estéticas o morales que tantas veces nos condicionan y limitan. Por eso, las obras surrealistas tienen visos de ser caprichosas y absurdas. Mucha gente cree que no tener razón, es estar equivocado. Pero a lo mejor, solo estamos soñando despiertos sin saberlo.

Dicho movimiento artístico nos dejó excelentes obras de arte y una visión alternativa a la estrictamente racionalista, que puede llegar a ser una prisión para la creatividad y los sentimientos. Un ejemplo de esta liberación del pensamiento correcto, es el mundo estrambótico y alternativo de los sueños. Lo onírico no siempre es lógico, ni sigue los parámetros científicos o del sentido común...

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No siempre coincidimos con los demás en nuestra visión de la realidad: su realismo y el nuestro, pueden ser muy diferentes. Por eso, algunos se imaginan a un banquero en una esquina de la calle, pidiendo una ayudita para la jubilación anticipada, mientras miles de parados vestidos de buzo intentan encontrar algo para comer, en las insondables profundidades de la economía sumergida.

Nuestro realismo es un intento de que la razón, con todas sus limitaciones, nos ayude a comprender mejor la realidad que vivimos. Cuando fracasamos, nos parece que el resultado que tenemos ante nuestros ojos, es bastante surrealista.