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Dos adolescentes sentadas en la toalla playera mueven con soltura sus dedos por la pantalla, sin levantar la vista del móvil; su madre, al lado, lee en un e-book, y el padre, en la orilla, habla, más bien vocifera, por el teléfono sobre asuntos de trabajo. Aunque se les supone de vacaciones y en un lugar en el que realmente cuesta abstraerse de la naturaleza, como es una de las muchas calas de Menorca; pero ellos podrían estar en cualquier otro lugar, siempre y cuando no perdieran la conexión.

El enganche a las tecnologías del que difícilmente alguien escapa hace que la escena ya no sea tan inusual, y me viene a la mente por la reciente noticia de que el Gobierno francés obligará, por acuerdo de sindicatos y patronales, a que los trabajadores se desconecten de móviles y ordenadores fuera de su horario laboral. Un acuerdo que afecta a ingenieros, consultores y otros profesionales así como a grandes compañías, entre ellas Google o Facebook.

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El documento suscrito especifica que los empleados tienen que desconectar un mínimo de once horas consecutivas de descanso diario y recuerda que las trece horas restantes no son de trabajo, obligando a las empresas a supervisar que la prohibición de estar on line se cumpla. El pacto en sí denota hasta dónde las nuevas tecnologías han cambiado las exigencias laborales y la disponibilidad, que parece no tener fin, invadiendo las horas necesarias de ocio y de descanso para luego, poder rendir más en el trabajo.

Aunque a todos nos gusta que siempre haya alguien al otro lado, conectado para nosotros, el país vecino se avanza, creo que con buen criterio, a regular una situación insana. Al menos con los aparatos del trabajo; con los personales, cada uno podrá elegir si mirar una pantalla o contemplar el paisaje.