TW

Estoy en contra de todos los días de excepto de uno: el día del libro. Cada uno se impone sus normas vitales (y las cambia cada tanto), y la excepción hace la regla, o eso dicen. Yo digo (y leo) lo que quiero. Quiero (muchas veces) lo que leo. Y luego lo sueño: del día del libro paso al libro del día: ojalá pudiera leer un libro al día; es tal la ansiedad que se produce en mi alma cuando pienso en todas las obras no leídas, y tan breve el tiempo, que casi prefiero no pensarlo. Leo entonces microrrelatos para olvidar. La angustia crece sigilosa, como crecen las plantas o los miedos en mitad de la noche, en la oscuridad de una habitación en la que de pronto se escucha un ruido nuevo, ajeno, casi inhumano: ¿una respiración?
El día del libro no es solo un día: son los preparativos de las librerías (pedidos, paquetes, futuros regalos en forma de palabras e ilustraciones), son los medios de comunicación creando sus contenidos relacionados con la cultura del libro, son las floristerías y sus rosas de dragones y princesas (cada vez más valientes), son las bibliotecas con sus programas especiales, son las personas, decidiendo el título del regalo. El día del libro son también los puestos en la calle y son los libreros, enseñando a cara descubierta todas esas historias que conocen tan bien (no de la manera que conoce Amazon a sus usuarios, que igual que otros gigantes de hoy, disfrutan de ventajas/fraudes fiscales y abusan de su poder a base de descuentos desleales para acabar a machetazos con el pequeño comercio y globalizar también las lecturas: David y Goliat). Los libreros (supervivientes) encarnan el día de los libros, esos objetos que les dejan un pequeño margen a final de mes y que transportan en pesadas cajas de aquí para allá (nadie sabe, excepto los libreros, cuál es el peso exacto de las historias).

Los niños están condenados ahora a perder (o a no encontrar) el hábito de lectura si sus padres y tutores, y los sistemas educativos (aquí, la palabra sistema, duele) no impiden (con el ejemplo) que naufraguen a la deriva del mundo sin esa tabla de salvación que es la literatura: a cambio, horas y horas frente a la televisión, tabletas, móviles, redes sociales, videoconsolas y otros aparatos que no digo que no deban vivir y evolucionar con ellos (la vuelta a la caverna sería el único salvoconducto), pero sí han de convivir con el camino de la lectura y el conocimiento: que lleva después al desarrollo de un pensamiento propio, de un manejo hábil de la comunicación y de la expresión personal. Desde los cuentos de hadas clásicos, que muchos estudiosos tachan de crueles y traumáticos para el niño (no comparto el argumento, aunque me acojonan a veces, lo reconozco sin medias tintas, las andanzas de algunos personajes: luego es cierto que esos niños crecen y huelen a kilómetros, gracias a esas fábulas a los ogros, a los lobos, a las brujas, a los cerdos y a los falsos amigos), hasta la literatura más moderna, visionaria y original, no pueden los más pequeños ni los más jóvenes, salir a la jungla sin ese aprendizaje esencial. Nunca sabes cuál va a ser el libro que te cambiará la forma de mirar la vida hasta que no has leído muchos: no hay atajos.

Noticias relacionadas

Y los pobres humanos en miniatura, que aprenden por imitación, juegan con sus móviles de juguete o con sus primeras tabletas, deslizan sus dedos de aprendices por las pantallas táctiles con la misma destreza que sus progenitores. Da igual el soporte en el que se lea (quién puede resistirse a un libro físico, y quién, al libro como objeto de culto o a un cuento contado a viva voz: ¿quién?), lo importante es el mensaje que late dentro de las historias (como todos estos paréntesis que no puedo suprimir porque sin ellos, para mí, no sería lo mismo). Los días de suelen festejar aspectos o emociones que deberían estar presentes todos los días del año, y en el caso del libro, la importancia de incluirlos en la dieta diaria es suprema. De ello depende que la imaginación, la capacidad crítica, la de concentración y de atención, la velocidad de aprendizaje, la mayor comprensión de la realidad y otras tantas virtudes que van de la mano de un buen lector, salgan o no a flote. No se trata, creo, de imponer a nadie la lectura (ni los títulos que tocan) sino de enseñarle a disfrutar de las historias que le ayuden a soñar, a crecer y a decidir por sí mismo: empezando por la elección de sus lecturas. ¡Buen viaje!

eltallerdelosescritores@gmail.com