TW

Con la firma en el año 1948  de la Declaración Universal de los Derechos Humanos se reconocían los derechos de la mujer. A la mujer se le hacía justicia, se recordaba que era sujeto de los mismos derechos y deberes que el hombre. Años de búsquedas, de levantar la voz, de testimonio, habían precedido al hecho.

Han pasado más de seis décadas y se ha empezado a perder el sentido último de aquel acto de justicia. En un primer momento los grupos radicales feministas empezaron a hablar de igualdad para con el hombre. Nada menos cierto. El hombre y la mujer no eran, no son, ni serán iguales jamás (que no significa que no tengan igualdad de derechos). La impronta física del nacimiento, nos lo hace evidente; el ser humano es un ser sexuado solo en dos modos: hombre o mujer. Pero aquella confusión primera (o quizá interpretación provocada) fue un empezar que ha desembocado en una negación del primer valor, del más excelso don de la feminidad, del ser mujer: la maternidad.
Hoy en día las políticas familiares de muchos países, entre ellos el nuestro, la han desprotegido; buena parte de la opinión pública joven femenina la ha venido minusvalorando. No se promueve en foros mundiales, vende poco en televisión, el cine la ha olvidado como argumento central, no se anuncia en centros comerciales ni es portada de diarios y revistas. Se ha tomado como un anti-valor, como una decisión poco moderna, como una condena.

Y sin embargo, poco a poco, parece encenderse otra vez la luz de la esperanza. Son pequeñas sacudidas 'sísmicas' de voces femeninas con resonancia pública que quieren reivindicar el orgullo de serlo. Ahí está Ivonne Knibiehler, historiadora francesa conocida figura del feminismo, y madre de tres hijos quien en entrevista al diario «Le Monde» declaraba que «la maternidad seguirá siendo una cuestión capital de la identidad femenina». «El feminismo debe en primer lugar repensar la maternidad; todo lo demás será por añadidura».

Noticias relacionadas

El título del presente artículo corresponde al  de un libro  publicado por la escritora Mariane Siegenthaler en el cual habla de estas mujeres amas de casa  como 'managers domésticas'.

Según Mariane, «esa nueva ama de casa se definiría como una mujer con una buena formación académica, que abandona su carrera profesional, temporal o permanentemente, para convertirse en 'madre a tiempo completo'». El valor añadido que tiene esta renovada elección por el hogar reside en que ni sociedad, ni tradición, ni usos dominantes  coaccionan a la mujer que opte por él. Las nuevas amas de casa lo son en un ejercicio de la libertad más purificado gracias a la educación y la posibilidad de su independencia.

El verdadero feminismo aboga por una revalorización de la dignidad, del papel y de la vocación de la mujer. Es cierto que la maternidad es también una vocación que implica deberes, pero son esos deberes precisamente los que la hacen más noble, más loable y  más bella.

Y es que solo una mujer puede ser madre. Con una finura hecha alabanza reconoce esto Tagore: «Te alabo, mujer, porque con una mirada puedes robar al arpa toda su riqueza melodiosa, y ni siquiera escuchas sus canciones».