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A mi también me encantaría vivir en un mundo lleno de paz. Que los unicornios camparan libres por los campos, que el arco iris realmente acabara en una marmita llena de oro y que los políticos únicamente estuvieran imputados ser excesivamente buenas personas. Lo reconozco, las utopías saben tan bien y reconfortan tanto que por eso son prácticamente imposibles. Me sucede que creo por encima de cosas en el amor entre las personas y en el respeto mutuo. En el 'Hakuna Matata', para que me entiendas amigo lector. Pero la realidad, cada cierto tiempo, nos pega un tortazo que nos expulsa de los mundos de yupi para volver aquí y toparnos de bruces con lo feo. Con lo que huele.

Leo por las redes que hay gente que está en contra del ejército y de todo lo que engloba componentes bélicos. Que lo ideal sería vivir en un mundo donde no nos diera por matarnos unos a otros. Cómo me gustaría... Pero como decía, la realidad es otra. Un capítulo de la realidad puede ser el zumbado de Nigeria que ha secuestrado a más de 400 niñas y que se exhibe con comunicados majaretas luciendo un fusil mientras parece que se ha excedido con la dosis de la medicación. O que no se la ha tomado.

El planeta, nos guste o no, ha estado, está y estará lleno de chalados. Personajes a los que en un momento u otro se le deberán parar los pies para evitar que se repitan atrocidades irracionales y desastrosas. Entonces la autoridad competente deberá lucir músculo, soltar una buena castaña que deje las cosas claras.

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Ese motivo justifica las prácticas militares que se han disputado en Menorca y cualquier otras que partan de la base de defender los derechos fundamentales de cualquier ser humano. Porque no sé qué impresión te ha dado a ti el representante de Boko Haram pero a mi me da que si nos plantamos delante de él con la mejor de las intenciones, haciendo acopio de un talante exquisito ofreciéndole una «relaxing cup of café con leche» puede que no nos haga caso. O que nos incruste una bala en el cerebro para después mutilar nuestro cadáver.

Puede que suene extremadamente duro lo que cuento pero es una de esas realidades de las que hablaba al principio, de las que te devuelven los pies a la tierra.

Insisto, no creo en la violencia y confío en la bondad de las personas. Pero si me dan a elegir la vida de 400 chicas, o las que sean, y en el lugar que sea, o la de un pirado visiblemente peligroso, no lo dudo. Que le den matarile al zumbado que aquí arriba nadie lo echará de menos.