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Escribo estas líneas a mano, con esa técnica casi silenciosa del bolígrafo contra el papel, sin el traqueteo de las teclas que por unos días he vuelto mudas. Tendré después que utilizar la máquina para enviar este texto y que hoy (un hoy todavía futuro para mí) puedan ustedes leerlo en el diario. De momento, solo hay silencio. Escribo desde una casa en Binissaida, un retiro soñado alguna vez por Mariona Fernández que se hizo realidad en los Talleres islados que ella cultiva con el mismo mimo que se cultivan algunos huertos. Ahora es el mordisco de lo sabroso: la recogida. Esta vez he venido a 'islarme' atraída por la propuesta de la escritora, traductora y poeta Menchu Gutiérrez (Madrid, 1957), quien se estrena así en estas citas únicas con el pensamiento que tienen lugar en Menorca desde hace cuatro años y para las que esta temporada aún faltan por venir autores como Chantal Maillard, Javier Gomá, Sam Abrams o Rafael Chirbes, entre otros.

Menchu Gutiérrez invitaba/tentaba en esa carta sin entonces destinatario definido a adentrarse en el silencio que ha girado y gira en torno a distintas experiencias artísticas y lenguajes creativos como la danza, la literatura, el cine o la fotografía. La autora de obras como «El faro por dentro», «Detrás de la boca» o «Decir la nieve» (las tres, de Siruela) consiguió así, con un puñado de palabras tituladas 'Poéticas del silencio', convertidas en señal de humo (silenciosa), que hoy estemos aquí un grupo de personas venidas de distintos puntos del mapa pero con brújulas parecidas, repartidas por las habitaciones, disfrutando de sus puntos de vista, alimentándonos, además de las reflexiones, de la comida menorquina que prepara Pep Pelfort y compañía, y de toda la paz que esconden casi siempre los paréntesis. Cuando estén ustedes leyendo esto, este grupo se habrá desvanecido y formará parte del silencio que habita también en los recuerdos. Otro sueño.
Mientras llega esa extinción, giramos en una idea silenciosa que pone en el otro lado del ring al ruido permanente en el que vivimos: una información incesante, un flujo continúo de sonidos, de actividad tecnológica, de músicas de fondo y la ausencia casi total de un silencio que tiene mucho que decir pero al que ya nadie escucha.

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Citas y referencias salen de la voz de la maestra, una voz acompasada por un silencio de pájaros que tratan, por su parte, de hacer un nido en la barra de las cortinas de tres inmensos ventanales que quieren a la vez jugar a ser el nido del grupo, y así sucesivamente. Entre esas citas que nos vamos a llevar para masticar como rumiantes, apunto esta de Maestro Eckhart: «Para que la voz se haga escuchar y grite en el oído de tu corazón, haz en tu corazón el desierto donde grite. Conviértete en desierto. Escucha el desierto del sonido». Y es que pasamos, intentando no dejar huella (sonora), por los distintos tipos de silencio (no sabía que el silencio tuviera tantas caras) y uno de ellos, más denso que el resto, es el que aguarda en el desierto. Existe otro silencio, por ejemplo, en los huecos que separan cada una de estas palabras, y un silencio de la nieve, que es, dice Menchu Gutiérrez, «un silencio recogido que parece prepararnos para un encuentro». Y dice más: «La nieve no es solo felicidad, no es solo calma o anestesia para el dolor, diríamos que la nieve, como el desierto, como el espacio invadido por la niebla o la noche, se convierte en el espejo de quien la contempla: es lo que tú eres o lo que desearías ser, despierta a la imaginación, y hace que el escritor torturado pueda ver sobre ella un ángel negro. Este raro espejo poético hace que cada cosa pueda ser esa misma cosa y su contraria».

He roto mi cura de silencio por causa mayor: una manifestación para exigir el derecho a decidir el modelo de Estado, que ya es hora. De pronto, Maó me ha resultado una gran ciudad sin nidos posibles. He intentado no escuchar durante mi libertad condicional. No quiero todavía tener noticias de reyes medievales, ni de si podemos o no podemos (que sí podemos, por cierto): me interesan estos días los silencios aislados y las horas azules, instantes en los que la naturaleza, al alba y en el crepúsculo, en un relevo pactado en lo profundo del bosque, «contiene la respiración», nos ilumina la maestra. «No estamos hechos sino para los pequeños silencios», dijo Clarice Lispector y Menchu Gutiérrez añade otra posdata: «Hay preguntas que solo se pueden responder en silencio». Así que ahora, en estas páginas, lanzo una pregunta que no digo y emprendo mi propio voto de silencio (al menos hasta el próximo martes).

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