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Ciutadella se llena de colores cuando llega la mañana de Sant Joan. Las calles estrechas del casco antiguo son senderos de sombra bajo un sol inmisericorde, que arranca brillos de plata a las hebillas de los caballos, adornados con florecillas vistosas, y abre de par en par las puertas a la alegría de la fiesta. Todo parece posible, incluso la fantasía. Sobre el jolgorio impera el sonido agudo, sibilante, del caramillo y el contrapunto del tambor, como una llamada a la devoción que también genera el festejo. Borrachera de fulgores, de animación, de sudores, tradiciones, fábulas y amores. Amor que del alma nace, al pie de la tumba muere, dice el refranero. Lo malo es saber dónde se cobija el alma, y sobre todo el alma de la fiesta.

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Pepe Torrent Vivó, hijo y nieto de pintores, parece saberlo, puesto que de algún modo ha dedicado una exposición a hurgar en el alma de Sant Joan. Se puede contemplar en una de esas callejas antiguas de Ciutadella donde el tiempo se detiene hasta que vuelve a desatarse el espectáculo de Sant Joan, en el salón Ànima del hotel Tres sants. Muchos santos, mucha espiritualidad parece esa; caballos con alma, caballeros distorsionados en los que se recrea la imaginación, colores sobrios sobre madera que con sus nudos contribuye a la manifestación plástica en torno al tema mítico, carotes que se convierten casi en banderas al viento antes de ser despedazadas por los caballeros. Todos los años, en los jocs des Pla, se rompen las carotes que se encarga de pintar un artista autóctono. El año pasado ese mismo pintor joven, apasionado, entusiasta, generoso fue el encargado de pintarlas. Retrató a algunos personajes con caricaturas amables, buscándoles -otra vez- el alma. A mí me pintó con los ojos muy abiertos a la fascinación del mundo que nos rodea y la gente me decía que aquella tarde, en los juegos medievales del Pla iban a romperme la cara. Por fortuna no me la rompieron; no tengo más que una. Fue indultada, aunque otros merecieron que les fuera conmutada la pena mejor que yo y el artista hoy les rinde homenaje en esta exposición de madera pintada, de sueños de caballos y acaso de fantasmas de un tiempo fabuloso. Dicen algunos que los caballos, como todos los animales, carecen de alma. Será que la han puesto en las calles cubiertas de arena, con restos de algas y olor a mar, en el fervor y el entusiasmo de la gente durante esta peculiar celebración, en las manos hábiles de este pintor joven y audaz y en el ánimo de todos nosotros.