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A tu edad, y siendo yo abuelo, me parece cursi llamarte doña, y pomposo llamarte Princesa. Te escribo desde una subprefecture marítima, una isla famosa por su queso, su viento y los apellidos Pons, y soy uno de sus 724 escribidores de periódico y también uno de sus 213 escritores de novelas. El cómputo de los pintores es inalcanzable, pero altísimo poeta solo tenemos uno, doblemente Pons: habrás adivinado que Menorca es Reserva de la Biosfera…

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Hasta hoy me había enterado de los avatares de tu Casa solo a través de las revistas de la peluquería, pero tu reciente ascenso, tus fotos y tus declaraciones por doquier, me han hecho sentir por ti, querida niña, un tropel de compasión, aliñado de dulce ternura. ¡Pobrecita! Me gustaría mucho que tu vida de heredera no fuera un sino, mas un logrado destino, aupado por un inteligencia ética, enriquecida por los sabrosos frutos de la ancienne educación europea: cogito ergo sum; ser antes que parecer… Pero, querida niña, dada la inmutable composición antropológica de tus paisanos (sectarismo montaraz, nacionalismo folklórico y catolicismo provecto) no creo que tú, ¿felizmente?, llegues al trono algún día… Mientras, te dedico una sonatina de Rubén Darío: «Ya viene el cortejo! ¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines. La espada se anuncia con vivo reflejo; ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines…» ¡Ay, los paladines!