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No sé cuántos viajes hicieron los buques que enlazan Menorca con las demás islas Baleares o con la península Ibérica, o los aviones que nos conectan con el mundo, durante las pasadas Fiestas de Sant Joan; lo que sí sé es que la mínima expresión de viaje que supone salir de nuestras islas para visitar tierras vecinas cuesta un ojo de la cara, y que venir de vacaciones aquí supone un gasto de transporte que hace que el turismo sea poco competitivo, por no hablar de las otras industrias tradicionales. Creo que esa es una de las cosas que deberían cambiarse, si queremos generar más riqueza y bienestar para los isleños. A veces, incluso desde lo que llaman las altas esferas, la gente no es consciente de que vivimos aislados por el mar. Recuerdo que hace años, cuando era estudiante, un profesor de la universidad de Barcelona me dijo que ya que me iba de vacaciones a Menorca a ver si le haría el favor de entregar un trabajo a un amigo suyo de Eivissa. Por lo visto no era consciente de que para trasladarme allí debía coger dos barcos o dos aviones. Josep Pons Fraga me contó una vez que cuando era corresponsal de Televisión Española le pidieron que cubriera cierto reportaje de actualidad en Menorca y al cabo de unas horas en Eivissa. Él contestó que ni aun pasándose la noche sin dormir podía llegar materialmente de una a otra isla en tan poco tiempo, aun en el caso de que encontrara billetes de avión de la noche a la mañana. «Bueno», insistieron, «¿Pero usted no podría arreglárselas con una barquita?» Con una barquita, durante la guerra, un sacerdote fugitivo de Menorca tardó tres días en llegar a Alcúdia. Como si estuviéramos viviendo a orillas del lago del parque del Retiro. Durante siglos nuestras tierras estuvieron abandonadas de la mano de Dios, y Dios era en tiempos el rey Felipe Segundo de la casa de Austria, en cuyos dominios no se ponía el sol, de modo que no podía hacerse cargo de unas islitas del tres al cuarto por muy amenazadas que estuvieran por los piratas turcos. Tal vez sería hora de poner remedio a tanto desamparo facilitando un transporte barato y competitivo, porque al fin y al cabo dicen que los habitantes de las Baleares contribuimos como los que más a engordar las arcas del estado.

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Pablo Neruda dijo que «muere lentamente quien no viaja, ni lee, quien no sueña, quien no confía, quien no lo intenta». Es decir que nosotros morimos lentamente, porque tenemos pocas posibilidades de viajar, leemos poco y ni siquiera nos atrevemos a soñar.