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Cuánto le queda a usted de vida? Probablemente no lo sepa. Como tampoco lo sabes tú con la propia. La verdad es que jorobaría un montón conocer tu fecha de caducidad y no tanto (¿para qué engañarnos?) la de los otros. «¡Jo, tío! Te quedan cuatro años, seis meses y dos días» –te exclamaría, al verte, el guasón de turno-. A lo que tú (y tras mirar el código de barras del chistoso) le contestarías: «Pues a ti, desgraciado, treinta segundos». Asumir eso crearía, sin duda, serios conflictos. Y, de esos, ya andamos sobrados. Aunque tendría su puntito. Tener la certeza de que a la suegra le quedan dos telediarios y de que uno va a sobrevivir a ese familiar atragantado posee morbo. Sin embargo la cosa podría ser al revés: constatar que tu madre política (¡ay, la política!) acudiría a tu entierro y, además, con el plasta de ese familiar atragantado, no es, a la postre, plato de tu gusto. Así que, tal vez, convendría dejar las cosas como están, que no en vano dijo un sabio tonto o un tonto sabio que no hay felicidad mayor que la de la ignorancia.

Pero en algo podríais coincidir: en la brevedad de la vida y en cómo su paso se acelera a medida que uno va haciéndose mayor… ¿Oh no? Convengamos pues en que lo importante no sea la cantidad, sino la calidad de la existencia. Y, si aceptáis la premisa, optéis este verano por mudaros en héroes y hacer todo aquello que os apeteció hacer y no hicisteis y en dejar de hacer aquello que sí hicisteis y que no os apetecía hacer.

A saber (y son únicamente unos pocos ejemplos):

1) Sitúense ante un espejo y, obviando barriguitas y calvicies, pronuncien cien veces al día el adverbio «no». Una vez curtidos por el entrenamiento, entren en el ring y formulen frases como: «No pienso ir el domingo a casa de…». «No asistiré a la barbacoa de…» «No voy a endeudarme para…» «No…» ¡Qué gozada! Esta actitud te/les llenaría de paz, aunque podría tener, eso sí, algunos efectos secundarios. Algunos no del todo desagradables: el silencio puntual de la pareja, la autoestima reforzada… Otros, en cambio… ¡Usted ya me entiende! ¡Ah! Y prepárense para ese aserto tan iterado de «¡Ya te dije que… era un bicho raro!», puesto en boca de quien a ustedes les plazca.

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2) Y, ya puestos, no le darías/ no le darían ustedes tantas vueltas a los problemas que, sin ser trascendentales, les aquejan. No creerían, por ejemplo, que, huyendo de ellos (léase típico viaje veraniego de desconexión), éstos desaparecerían. Simplemente les acompañarían en la maleta, junto al cepillo de dientes y esa camiseta hortera que, aposta, les regaló su cuñado. Probablemente se enfrentarían a ellos y, una vez resueltos, se irían definitivamente de viaje, pero sólo con el cepillo y la camiseta, esa, sí, la hortera…

3) No dejarías/no dejarían tampoco que les abrumara su pasado, ni su futuro. Entre otras cosas porque el primero la espichó y el segundo no existe. Y paladearías/paladearían el sí a la vida… Sí al respeto propio y ajeno; al afecto; al amor; a las reconciliaciones; a las segundas y aún terceras oportunidades; a todo lo que es –y perdonen la expresión- cojonudo…

Sobre el carpe diem y el tempus fugit vienen hablando, desde hace ya milenios, filósofos, poetas y artistas de todo género, pero sin que se les haga/les hagan el más puñetero caso. ¿Cuánto tiempo le queda a usted de vida? ¿Y a ti? Mejor dejarlo. Pero si pensaras/ pensaran en que puede agotarse ya, quizás serías/serían menos barriobajeros, orgullosos, prepotentes, radicales y… Y tal vez, incluso, judíos y palestinos llegarían a entenderse o los máximos responsables de las multinacionales (que viven su opulencia a costa de la desesperación ajena) se formularían un salvador «¿y pá qué?» o los políticos endiosados se percatarían de que nadie se va con la poltrona puesta o… Pues eso…

Y ahora les dejas. Has de pronunciar, todavía, ante el espejo, obviando tu barriguita, sí, y tu calvicie, cincuenta y dos veces más la palabra «no». Y es que el domingo toca barbacoa…