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Fanáticos sanguinarios quieren instaurar un califato que incluiría la península ibérica. Van sembrando dolor y desolación a su paso. Habrá que pararles los pies. En estos tiempos de revisionismo histórico y anhelos de volver a un pasado de esplendor, las locuras más extravagantes pueden hacernos sentir lástima, escepticismo o hilaridad... hasta que nos ponen entre la espada y la pared. Entonces no tenemos más remedio que escoger y reaccionar ante ellas. No hay que confundir Cataluña con «Pujolandia», por ejemplo.

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Vemos los efectos del mal, aunque pocas veces sabemos diagnosticar sus causas y consecuencias. En la sociedad de consumo, el pecado no existe porque todo se compra y se vende sin apenas limitaciones. Para que ello sea posible, nos han hecho creer que somos completamente libres e irresponsables. Así podemos escoger lo que a los poderosos les interesa. La manipulación y la propaganda, han llegado a un grado de refinamiento extraordinario y el índice borreguil sigue siendo altísimo.

Mientras tanto, la soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula y la pereza, campan a sus anchas. Dejarse arrastrar por nuestros instintos siempre ha sido lo más fácil. Cualquiera se atreve a frustrar al niño caprichoso que todos llevamos dentro...
Luego resulta que la gula afecta al colesterol, la avaricia rompe el saco y que «sa vessa mos fot»... Descubrimos que cada pecado lleva su propia penitencia.