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Sé que hay gente que ahorra durante años para hacer un dream trip, un viaje soñado. Algunos eligen destinos exóticos, como las islas del Caribe, un crucero por el Nilo, un viaje en el Orient Express, las montañas del Himalaya, los safaris fotográficos de África, los paisajes inexplorados de Australia, los hielos de la Antártida… O bien deciden volver a ciudades románticas como Venecia o París, cargadas de historia como Roma, llenas de atractivo de última hora como Nueva York, rebosantes de sensualidad como Ámsterdam, o simplemente se van a Bruselas a ver si como dice Jacques Brel todavía tocan piezas de Mozart en la Grande Place. Se trata de hacer pequeños sacrificios para luego darse el gustazo de vivir como señores en México, mientras los pobres se acumulan en las chabolas del extrarradio, hartarse de marisco en las playas de Cuba, mientras los cubanos siguen mendigando un salario digno, tener el peor coche en los aparcamientos subterráneos de Montecarlo, aprender a esquiar en las cumbres de los Alpes mientras el instructor trata de ligarse a tu mujer, o bien venirse a las islas Baleares y caer en la trampa de la playa sin bronceador, la langosta marroquí que pasa por autóctona, las orquestas estridentes que tocan ritmos nostálgicos o las casas unifamiliares donde pueden meterse dos familias por lo menos y no salir de la piscina ni para ir al supermercado. Entonces, ah, sí, entonces como lo hemos pagado queremos tener las luces encendidas de día y de noche, los aires acondicionados a toda pastilla durante toda la estancia, dos neveras, calentador a base de petróleo para echarnos encima trescientos litros de agua por ducha y piscina limpia, inmaculada, aunque nos estemos todo el día en ella dándonos cremas y potingues. En casa no lo hacemos, claro; pero es que aquí nos lo hemos currado y lo queremos todo, queremos una vida de lujo, de sueño, como si fuéramos multimillonarios, y si acaso lo somos, si acaso hemos tenido la fortuna de acumular dinero contra viento y marea, queremos que se note, que lo sepa todo el mundo; queremos alquilar yates por tropecientos mil euros, cenas abundantes de las que están las sepulturas llenas donde el lujo se pueda ver, tocar y fotografiar, para que quede constancia de nuestro paso por todo el glamour y toda la pesca, y no darnos cuenta hasta el despertar que estábamos soñando mientras día a día, golpe a golpe, verso a verso seguíamos ahorrando como hormiguitas para el viaje de ensueño, el dream trip.