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Cuando mentes simples tratan problemas complejos, los problemas aumentan. Es una ley universal. No sabemos si hay más personas inteligentes que antes, pero si más que se lo creen. La confianza ha aumentado pero la honradez va menguando. Los valores, para muchos, son algo que sube y baja en la bolsa. Más preocupados estamos por la estética que por la ética. Las apariencias no engañan, pensamos. Las soluciones simples, como las que pretenden arreglar un conflicto por la fuerza, la imposición o los hechos consumados, no se caracterizan por la paciencia y empatía de quienes las aplican, pero son muy populares. Hoy triunfan las soluciones sencillas y sus seguidores. El maniqueísmo. Odiar da confianza y nos empuja hacia las mayores hazañas. El problema es que se descontrola. Y entonces, ¿qué hacemos? Los problemas se van fraguando durante años, pero para arreglarlos creemos que basta con ser muchos... y tener una confianza ciega en el líder. La política fácil, corrupta o utópica, siempre acaba pasando factura.

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Todos contra la casta. O contra los inmigrantes, como el Frente Nacional en Francia y Amanecer Dorado en Grecia. O contra Bruselas, que nos obliga a recortar solo para fastidiarnos... Vivimos en un mundo virtual, pletórico de infantilismo. La sociedad opulenta esconde los problemas debajo de la alfombra. La sociedad empobrecida necesita chivos expiatorios y enemigos exteriores. No es nada nuevo bajo el sol.