TW

A casi todos, ávidos lectores y no tan ávidos, les sonarán nombres como Oscar Wilde, Franz Kafka, Marcel Proust, Thomas Mann, André Gidé (incluso), Albert Camus, William Faulkner, Ernest Hemingway, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, José Saramago y toda la interminable lista de los mejores autores cuyas obras alumbraron el siglo XX y siguen alumbrando nuestros días. Todos ellos, grandes escritores y con novelas que en un momento dado pueden girar el rumbo de un espíritu sensible. ¿Y si tuvieran que decir ahora el nombre de las autoras influyentes? A veces se cuela en unas de esas listas que cada poco publican los medios culturales la obra de alguna escritora que tuvo el privilegio de entrar en el club como fue el caso de Virgina Woolf (que queda ideal en las listas, por aquello de la parida de la paridad), Jane Austen o Agatha Christie (ojalá alguien se acuerde en este instante de Carson McCullers), pero no son muchas las autoras que caben en la historia (contada por ellos). Pero es que además ellas, ay, solo escriben «literatura de mujeres».

La genial escritora y periodista Rosa Montero en su ensayo autobiográfico «La loca de la casa» (gracias, Maika, por el préstamo) recuerda unas palabras de su cosecha en un simposio que se celebró en la Universidad de Lima: «Cuando una mujer escribe una novela protagonizada por una mujer, todo el mundo considera que está hablando sobre mujeres; mientras que cuando un hombre escribe una novela protagonizada por un hombre, todo el mundo considera que está hablando sobre el género humano». Y recuerda también Montero que la mujer occidental, hasta hace muy poco (y en general), no tenía acceso a la universidad, ni al voto, ni a viajar o a abrir una cuenta corriente por su cuenta y los escritores elegían/creaban, cosa bastante lógica, casi siempre personajes protagonistas de su género como patrón más cercano.

Noticias relacionadas

Cada vez hay más escritoras en todo el mundo (la paridad se impone de forma natural y evolutiva) pero algunos patrones siguen sin voz/altavoz: en los encuentros literarios de primer nivel todavía brillan por su ausencia las invitaciones a escritoras y también en los asientos de las instituciones de renombre. Aún planea también (no siempre) ese paternalismo repugnante por parte de los críticos y de los autores 'consagrados' cuando se habla sobre otra escritora. Pero lo más interesante, a mi juicio, no es el número de escritoras que de un tiempo a esta parte tiene acceso a formarse, a escribir, a publicar, a crear (en todos los ámbitos artísticos), a llegar al público y a ser juzgada por su calidad y sus propuestas, sino que lo enriquecedor es esa proliferación pública de miradas al género humano desde el punto de vista femenino. Sobre buena parte de los asuntos compartimos visión hombres y mujeres en una misma época y con circunstancias sociales y culturales idénticas, y tenemos más en común casi siempre que la visión que puedan compartir dos mujeres de regiones remotas y en entornos opuestos. Sin embargo, hay algunos temas (como la maternidad y la no maternidad o las relaciones entre madres e hijas) que solo alcanza, en toda su complejidad, la mirada femenina. Montero pone otro ejemplo en este sentido: la menstruación.

Así lo expone cuando habla de cómo los varones han construido en la literatura un modelo de mujer que es el que ellos veían y encarga la misión a las escritoras de nombrar (o renombrar) el mundo: «Resulta que las mujeres sangramos de modo aparatoso y a veces con dolor todos los meses, y resulta que esa función corporal, tan espectacular y vociferante, está directamente relacionada con la vida y con la muerte, con el paso del tiempo, con el misterio más impenetrable de la existencia. Pero esa realidad cotidiana, tan cargada de ingredientes simbólicos (por eso los pueblos llamados primitivos suelen rodear la menstruación de complejísimos ritos), es sin embargo silenciada y olímpicamente ignorada en nuestra cultura. Si los hombres tuvieran el mes, la literatura universal estaría llena de metáforas de la sangre. Pues bien, son esas metáforas las que las escritoras tenemos que crear y poner en circulación en el torrente general de la literatura». Tal vez así, creando imágenes nuevas en la literatura (que o es buena o es mala literatura, independientemente del sexo del autor), muchas mujeres dejen de intentar imitar modelos que han sido creados/idealizados/fantaseados en mentes masculinas y que poco o nada tienen que ver con su verdadera naturaleza. Todo es cuestión de echarle imaginación.

eltallerdelosescritores@gmail.com