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De todas las noticias que ustedes hayan podido ver durante las últimas semanas la que más le ha llamado la atención a Felipe ha sido la entrada en prisión de Isabel Pantoja. Al parecer. Felipe es así, le gustan los culebrones, que el cristal de su gimnasio no se empañe y coleccionar la música de las folklóricas de toda la vida. Todos los que le conocen dicen que Felipe es una buena persona.

María se pasa el día en la PAH. La vida le giró de la noche a la mañana cuando su jefe la mandó a paseo después de veinte años en la empresa, su banco la dejó en la calle después de estafarla con una hipoteca canalla y su marido empezó a medicarse hasta perder su esencia porque la realidad le superaba. No lo digo por decir sino porque es verdad, María tiró los ansiolíticos por el retrete y tomó conciencia para ayudar a todos los que lo están pasando mal. «Cooperación inteligente» leyó en un libro, trasformó su tristeza en activismo el día que abatida pensó que si se dejaba robar la sonrisa ya no quedaría nada de ella. Como les mosquea que los pobres rían, quieren que la fiesta sea para ellos en exclusiva, los ricos tienen muy mal perder de siempre, de toda la vida.

Anita canta cada semana en el karaoke. Anita se pinta los ojos de rojo carmesí, viste ropas del siglo XVIII, gótica. Anita no se siente sola, no es una sociópata, o una loca, tiene la mirada melancólica de los que han vivido mucho y nunca lo contarán todo. Anita está viviendo lo que los cursis llaman la mediana edad, está expresión a ella le parece el sumun de la horterada. Anita odia lo políticamente correcto, las convecciones, a los que dedican su vida a guardar las formas porque lo importante, no es la conciencia, sino el que dirán. Por más que muchos se escandalicen Anita deja huella por donde pasa, mientras otros pasan sin dejar huella. Anita ama y eso es mucho, eso es todo. Que nadie se confunda, queridos lectores, Anita no es un personaje de Almodóvar, ni la protagonista de una letra de Sabina, ella es de carne y hueso.

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A Jaume le gusta ir a pescar todos los fines de semana. Jaume tiene una pequeña barca de madera que cada sábado, cuando el viento le deja, tira a la mar y sale a por peces. Jaume echa algo de cebo, un bocata de embutido y un par de cervezas en una vieja nevera. A Jaume, que curra de lunes a viernes como una mula para sostener su pequeña empresa, ese rato en la mar con su barca le da la vida, le da un porque, le da esperanza. Jaume no filosofa, no es hombre de muchas palabras, no se considera un sabio, sencillamente le gusta que su mar le meza.

En Campodron, Girona, hay una tienda muy curiosa de antigüedades, muy pocos han visto a su dueño porque en el escaparate ha colgado el siguiente cartel: «Horario: abro y cierro cuando puedo». En un mundo de carreras, estrés y horas extras no remuneradas es romántico encontrarse con alguien que tiene un negocio y comunica a sus clientes que abrirá y cerrara cuando su vida se lo permita. Su vida no gira en torno a la caja registradora de su tienda. Digamos que envidiamos su estilo de vida y nos da una lección.

Historias y vidas dispares. Sin embargo alguien subirá la voz y desde una tribuna, o desde un pulpito, dirá que habla en nombre de todos ellos para hacer tal o cual cosa ¿quién es tan arrogante para decir que es la voz de Felipe, de María, de Jaume, de Anita, o de la de usted? Todos caben menos los que excluyen. El problema, es que si te vuelves mudo quizás otros hablen por ti.

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