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En la pasada semana de Todos los Santos, viendo que el tiempo había decidido venir de buen tempero, me dio por darme un garbeo por si sonaba la flauta, en un barranco al sopié de una solana, donde els esclatasangs a veces madrugan en la temporada aún por venir. Tiene la zona un pinar inmenso en la provincia de Guadalajara, donde no es por eso nada raro toparme con una entrada de becadas (segues), que de momento este año no ha sido el caso. Pero lo que no suele fallar nunca es el «bufido» y el ruido atropellado, rompiendo monte, de algún jabalí que te deja la adrenalina que se te sale por la boca. Si se da el caso de que el guarro tiene arrobas sobre los lomos y nos enseña las navajas sobresaliendo por encima de las retorcidas amoladeras, este micólogo que suele ir solitario a sus cuidados buscando esclatasangs, les confiesa a ustedes que aun estando muy bregado en esta industria, le da el canguelo. Sí…aquella mañana otoñal me rilé, a ver si la vamos a liar parda, me dije, armado como iba con mi cesta de esparto y una mísera navajita más bien escasa hasta para pelar una manzana. ¡Menudo armamento!

La fotografía que ilustra este articulillo es el resultado de los esclatasangs de ese día, para mí los primeros del año. Guardé la fotografía hasta ahora porque bastante tenía con Artur Mas, la corrupción, Rajoy y la Mato, que en efecto eran otras prioridades. Incluso pensé que no pasaba nada porque este año no sacara yo el tema de los esclatasangs. Pero me surgió el asunto del bolet de femer (coprino anti alcohólico o coprino entintado, en castellano). Y eso sí que no podía yo dejar de contárselo a ustedes. Y como además pienso que hablar siempre de política acaba por aburrir a las ovejas, hete me aquí con lo del bolet de femer. Los científicos le dicen Coprinus atramentarius. Los catalanes le dicen bolet de femer y en vascuence urbelt. Se le puede encontrar a partir de mayo hasta junio, común en bosques de planifolios y en los jardines sobre madera marcescente y al contrario de lo que su nombre pudiera hacer creer, rara vez medra sobre estiércol. De sus características comestibles déjenme decirles que cuando es joven y sus laminillas son blancas, puede consumirse sin ningún temor. Sus características organolépticas son buenas, por el contrario es absolutamente necesario abstenerse de la más mínima ingesta de alcohol durante y después de comerlos. Si no se sigue severamente esta regla, tenga por seguro que tendrá un malestar físico que le durará varios días, seguramente con una diarrea de las de «cagarse la pata abajo», amén de trastornos cutáneos irritantes acompañados de náuseas y vómitos sin que pueda asistirle ningún producto farmacológico. En resumidas cuentas, que en mi opinión su nombre es mejorable, en vez de coprino anti alcohólico, yo le llamaría la seta de los abstemios.

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Por cierto, estoy seguro que en Menorca, de lo que comúnmente llamamos bolets o pebrades, algunos deben de ser comestibles. Sin embargo en esta industria de lo micológico, entre sartenes y pucheros, háganme caso, toda precaución es poca.

Los romanos eran muy aficionados a comer setas. Muchos pagaron con su vida su ignorancia. Por eso las consideraban un símbolo de muerte. De hecho el término Fungus, que en latín significa hongo, proviene de dos palabras: funus y ago, que significan «portador de muerte». De manera que si ya los romanos andaban advertidos sobre la toxicidad de algunas especies, no vayamos a caer ahora nosotros en la ignorancia, consumiendo alguna seta sin saber si es o no es comestible. No exagero si les digo que una equivocación con determinadas setas puede ser la última equivocación.